miércoles, 1 de mayo de 2013

AyB 296 - 03 Noviembre 2011

AyB 296 - 03 Noviembre 2011









Mientras bajan las turbulentas aguas que la reforma de la ley de arrendamientos ha originado, y se obtiene su versión final para analizarla, valen algunas reflexiones.
Municipios y gente. Las alcaldías, concejos municipales y funcionarios de ambas instancias, son grandes responsables de la realidad actual de las ciudades y de la vivienda. Durante 70 años, por lo menos, han sostenido una visión local de desarrollo urbano, sustentada en ordenanzas y cambios acomodaticios de las mismas, absolutamente caducas y oriundas de otras culturas y realidades. Pasan los años, y los municipios, con pocas excepciones, continúan igual de ineficientes y de despilfarradores de grandes costos financieros y sociales para la nación. Y las ciudades no mejoraron ayer ni mejoran hoy.

Ante esa situación, la gente, para bien o para mal, actúa y “resuelve”. Una de esas actuaciones del habitante urbano común, pobre o rico, es la de multiplicar su vivienda. En casos, casas espaciosas se convierten en varios apartamentos o “anexos”. En otros, las viviendas precarias de los barrios se consolidan, amplían y originan nuevas viviendas al lado o sobre el techo. Es la respuesta que un gentío ha ideado para racionalizar lo que tiene y para obtener ingresos indispensables o mayores. Esta ha sido la más exitosa “política popular de vivienda en alquiler”, frente a la ineficiente o especuladora gestión pública o privada. Toda esta progresiva, lenta e inexorable tendencia y transformación de las ciudades, urbanizaciones y barrios, ha sido y es, sin validación municipal ni la suficiente seguridad sísmica y sanitaria.
Dos ideas. Algunos hemos planteado, ante esta evidente tendencia, que los municipios deberían analizarla y ajustar sus rígidos enfoques. Pero no. Siguen imperturbables. No se dan ni cuenta. Ha sido una gran enseñanza, como la población ha construido los barrios, gradualmente y dentro de lo que Henrique Hernández llamó, la lógica de la precariedad. De allí han surgido los enfoques de urbanismo y vivienda progresivos, la producción comunitaria de vivienda, entre otros. Igualmente en el caso de la vivienda en alquiler, se podrían inferir algunas ideas o propuestas a estudiar. Veamos sólo dos opciones.

Un programa de apoyo financiero y técnico para viviendas anexas. Consistiría en crear las condiciones para que la población, ricos y pobres, que puedan y deseen hacerlo, inviertan sus recursos en construir nuevas viviendas o transformar las existentes. Primero, se establecerían claramente las características espaciales, físicas, sanitarias, que deben cumplir las nuevas o transformadas viviendas. Así como los parámetros de tipos, usos, montos y plazos de alquileres, aspectos jurídicos, de ocupación y desocupación, etc. Entre los tipos de viviendas podrían preverse alquiler por tiempo indefinido para familiares o terceros, residencia estudiantil, alojamiento temporal de personas o familias en tránsito, turismo, entre otras. Luego, el Estado, financiaría esas viviendas, según su tipo, mediante créditos solidarios en intereses, cuotas, plazos. Un plan como este propiciaría, si es racionalmente formulado, la incorporación de un amplio sector de la población a la producción y construcción de viviendas de alquiler, repartiendo así la responsabilidad del Estado en este campo. Ello implicaría que los municipios cambien profundamente sus caducas estructuras y visiones. Pudiera ser un motor extraordinario de transformación urbana masiva y originar acciones de rescate y densificación razonable de amplios sectores degradados de las ciudades. Pero también pudiera generar una atractiva área de trabajo para pequeños y medianos propietarios y constructores comunitarios.
Vender partes de la vivienda. Hemos planteado en oportunidades una idea sencilla. Pero dada que es ignorada, debe ser un absoluto disparate o es difícil cambiar prejuicios. Veamos. Actualmente las viviendas sólo se venden completas. Si es una casa, o es un apartamento, se transa sólo la totalidad de cada uno. ¿Por qué no vender un cuarto, por ejemplo, al del apartamento de al lado? ¿O al del apartamento de arriba? ¿O un pedazo de jardín, o un lindero o el garaje, al vecino? ¿O transformar la casa de dos pisos en dos y vender la de arriba? Así flexibilizaríamos las viviendas y se ajustarían a la dinámica familiar. El que está teniendo hijos le compra al que los hijos se le están casando y mudándose. Esto podría evitar miles de traslados, familias viviendo en espacios excesivos o escasos, y un extensísimo etcétera. Son tantas las opciones de subdivisión de las viviendas, que abrirían incontables e innovadoras oportunidades y soluciones de las mismas.

Cuando el río suena. La ley de arrendamientos aprobada en la AN ha generado mucho ruido. Y más que ruido temores, entre otros, en quienes el alquiler ha sido la forma única de sostén. Especialmente en personas de edad avanzada. ¿Qué porcentaje representan? Ni idea. ¿Son especuladores y traficantes de las necesidades de otros más desvalidos? Ni idea. ¿Han sido justamente considerados en la propuesta de ley? Ni idea. Una ley que nace de la visión de un pequeño grupo que a su vez representa a un enorme sector de inquilinos pobres y ricos, puede ser loable o una trampa. ¿Por qué? Porque son sólo una parte del asunto y se desconoce aún la justicia del trato para inquilinos y arrendadores o propietarios. Porque, la vivienda de alquiler es un “karma” que se arrastra desde siempre, es muy compleja y debe ser producto del equilibrio entre los factores que la determinan. Tercero, al igual que en otras decisiones, la previsión de una etapa de transición, es fundamental para garantizar su viabilidad y justicia. Estas atrevidas apreciaciones responden a un conocimiento parcial de la situación actual. Esperemos la ley definitiva y entonces rectificaremos o ratificaremos. Pero, en todo caso, piedras trae el rio.

 

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