Arroz indonesio y vivienda
El Estado prepara el menú habitacional y la
población se sirve
La receta consiste en arroz sobre el
cual se coloca pollo al curry y variados contornos: maní, pasitas, chutney de
mango, coco rallado, cambur, piña, céleri, rábano, maíz, pimentón, entre otros,
cortados en pedacitos y en envases pequeños. Ante el menú, cada comensal se
sirve la cantidad y contorno según su gusto, hambre, expectativas y
salud.
En vivienda, se puede aplicar este enfoque culinario. El gobierno
- nacional, estadal y municipal - asume y orienta recursos para ofrecer el plato
principal: ¡tierra urbanizada! y los contornos necesarios: capacitación
comunitaria, asistencia técnica, planes de créditos y subsidios, proyectos de
viviendas que crecen desde una unidad básica, sistemas y formas de construir,
estímulos a la industria, investigación, etc. Es decir, prepara el menú y la
población se sirve la vivienda según sus posibilidades y necesidades.
Por
el lado de la oferta, construye masivamente parcelas dotadas de agua, luz,
cloacas y equipamientos de escuelas bolivarianas, Barrio Adentro, Mercal,
plazas, parques, espacios culturales comunitarios ¿y una piscina?, entre
otros.
El urbanismo es la parte del menú que la población no puede
hacer.
Por el lado de la demanda, la población se organiza, capacita y
potencia sus recursos, compra la parcela, sin invadirla porque hay oferta, y
construye su casa por etapas, de tamaño y cualidades según necesidades, recursos
y expectativas, y no un rancho, porque tiene a su alcance apoyo técnico,
financiero y social. La casa es la parte del menú que la población sí puede
hacer, y ¡bien!, con asistencia técnica.
¿Es posible creatividad y
audacia en vivienda? El Arroz Indonesio puede servir de inspiración, pruébenlo,
es muy sabroso, sobre todo si el postre es jalea de mango o quesillo casero, y
al final ¡un marroncito! |
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¡Taima: vamos a organizarnos!
Caracas. Por lo que se sabe (otra vez y siempre, el
problema de la información), según los periódicos, el alcalde Barreto propone la
construcción de un megacentro comercial en el trébol de La Hoyada. Se
instalarían allí los buhoneros de la zona y del casco de la capital
provisionalmente, porque a mediano plazo otro es el cantar.
El autor del
proyecto es el arquitecto Mickel Menéndez, cuyo entusiasmo patriótico es bien
conocido. Estacionamientos, terminal de autobuses, 5 mil 200 locales comerciales
subterráneos, plazas y espacios abiertos en las cubiertas y -posiblemente- las
sedes de “todos los ministerios que tienen que ver con el soberano”.
Es
cierto que el proceso, vigoroso en muchos aspectos, también está amenazado por
la burocracia y las demoras, entre otros virus. También que es preciso acelerar
al máximo las obras de infraestructura posibles y necesarias. Pero resulta
difícil de creer que unas decisiones como las que se mencionan, que afectarían
al casco de la ciudad con todas sus implicaciones funcionales, puedan ser
planteadas con tan pocos estudios.
Estamos hablando de la ciudad y de su
sector más enfermo y delicado, su centro histórico.
La revolución
bolivariana está urgida de obras, está claro, pero ello no quiere decir que es
inevitable improvisar.
Es esta una crítica oportuna, porque aparecen a
cada rato, como en un fuego artificial, ideas tras ideas, propuestas tras
propuestas. Que si el centro comercial, que si el terminal de autobuses, que si
la torre para buhoneros, que si el túnel para los mismos, etc, etc. ¿Pero cuáles
son las razones, cuáles las justificaciones racionales? Paremos un momento y,
como quien dice, vamos a organizarnos.
La ciudad, como todas, desde hace
tiempo pide un ente que la planifique. Mucho más hoy cuando nos proponemos la
hipótesis heroica y generosa de la sociedad socialista del siglo XXI. No es un
asunto de disparar a ciegas, sino de investigar inteligentemente las opciones y
de prever las consecuencias.
No para mañana, sino para ya, desde luego.
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220 comunidades guindando
¿En peligro el Programa de Transformación Endógena de Barrios?
Ya sabemos que este proceso hay que
llevarlo adelante con la misma gente que somos todos.
Con todos nuestros
defectos. Y virtudes, también. No es posible importar ángeles de Suiza
(suponiendo que allí los haya).
Hay que avanzar con todas las rémoras y
contradicciones con las cuales hemos cargado durante años y siglos. Pero, por eso
mismo, si queremos que este extraordinario experimento en que está embarcada
Venezuela, de democracia y de cambio, de progreso pacífico y de mutación
profunda, tenga éxito, hay que ser implacables con los errores y las
corruptelas. Con las tortas que se ponen y con la ineficiencia que atrasa y
frena.
Por eso, cuando uno se entera que peligra el Programa de
Transformación Endógena de Barrios, adscrito al viejo Conavi, aparece el asombro
y el desencanto.
Y hay que denunciarlo.
Hay que recordar que este
programa de intervención en los barrios, impulsado por Josefina Baldó y Federico
Villanueva, entre otros, tiene una historia importante de propuestas y de
experiencias. Actualizado cuando Julio Montes, este programa afecta actualmente
a 220 comunidades en 23 estados del país. Alrededor de un millón de personas en
los barrios participa en sus proyectos y nutre la esperanza de una mejor calidad
de vida como resultado del trabajo que se estaba realizando.
Ahora, de
repente y sin preaviso, sin ninguna justificación ni debate de alternativas que
se conozcan, se cortan los contratos correspondientes al programa. ¿Qué
significa todo esto? ¿A quién le conviene su suspensión? ¿Cuáles son los
verdaderos intereses que se esconden detrás de esta decisión? ¿Qué se propone
para continuar? Y si acaso hay razones para los cambios, y son limpias y puras,
hay que decirlas entonces. Porque pocas cosas son peores políticamente que la
falta de transparencia.
Hay que explicárselas a ese millón de
habitantes de los barrios que quedan confundidos y sospechando.
Y hay que
decírselas del mismo modo a los profesionales involucrados en el programa. Y a
quienes, también, desde afuera, pensamos y sospechamos.
Con la misma
angustia de quienes queremos que las cosas marchen bien, racionalmente, justas y
pulcras. |
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