¿Caracas necesita crecer?
La Alcaldía
Mayor de Caracas y el Cabildo Metropolitano padecen en la actualidad de una psicosis paranoica que los lleva a cometer un error
tras otro en el ámbito urbano, en especial las expropiaciones y en particular
los proyectos monumentales. La situación real es
la siguiente. En 1990, el Distrito Metropolitano
de Caracas (DMC) constituido por los municipios Libertador, Chacao, Sucre,
Baruta y El Hatillo, tenía una población de 2.686.000 habitantes. Si hubiera
crecido al mismo ritmo que Venezuela, en el 2001 habría debido tener 3.447.000
habitantes. Pero llegó sólo a 2.763.000, es decir, que 684.000 personas
emigraron del DMC. Básicamente hacia Guarenas-Guatire y los Valles del Tuy.
La población del DMC creció sólo en 77.000 habitantes, de los cuales 59.000 (77% se concentró en
los barrios de Macarao, Antímano, El Junko, La Vega y del Distrito Sucre). Si
esas 684.000 personas no hubieran emigrado actualmente caminaríamos sobre
montones de basura, un carro tardaría 5 horas en ir de El Valle a El Silencio,
los atracos y asesinatos pasarían de 100 al día, habría racionamientos
progresivos de agua y electricidad. En el
Distrito Metropolitano no se ejecutan obras de
infraestructura y equipamiento desde hace muchos años, la calidad de vida ha
bajado geométricamente, y se carece por completo de una planificación urbana que
plantee medidas para aliviar el purgatorio en que viven los caraqueños. Un
aumento intenso de población lo transformaría en un verdadero infierno. El
instinto social de conservación de una vida hace que la gente emigre y el
crecimiento sea mínimo. Lo que habría que
hacer. Pa ra atender este crecimiento mínimo de
7.000 personas, 1.600 viviendas por año, durante los próximos 10 años bastaría
con urbanizar los terrenos del Inavi en Macarao y
densificar ligeramente algunos sectores del DMC. El problema mayor estaría en
las viviendas ubicadas en zonas de riesgo por deslizamientos de tierra o
inundaciones, que no son muchas, y en las que sería necesario demoler para
liberar terrenos en los barrios para construir equipamiento y servicios
necesarios, para las que no hay una urgencia extrema. No existe ningún estudio
serio que permita cuantificar esta necesidad. La cifra tal vez podría estar
alrededor de 70.000 viviendas. Una política
seria de vivienda y hábitat para Caracas tendría que
encarar esta situación. En 5 años podría resolverse bien el problema,
construyendo una parte densificando sectores del DMC, tal vez 20.000 viviendas,
y atendiendo el resto con viviendas en las zonas adyacentes al DMC, como lo que
en una época se llamaban Ciudad Fajardo y Ciudad Losada, con un seguro cambio de
nombre que se ajuste a la actual dinámica política. La realidad migratoria de la última década indicaría que esta acción es
perfectamente posible a muy corto plazo. Epílogo. La paranoia de la Alcaldía
Mayor, del Cabildo y del Instituto de Planificación Urbana, lleva a medidas
irracionales que no resuelven nada. La
expropiación de los edificios en alquiler no añade ni
una sola vivienda nueva para resolver el problema de la demanda habitacional. La
utilización de los escasísimos terrenos libres de gran tamaño en el Distrito
Metropolitano para construir unas pocas viviendas es un atentado contra la
calidad de vida de los caraqueños, que necesitan esos espacios para la
construcción en ellos del equipamiento metropolitano colectivo que necesitan en
forma apremiante. Afortunadamente, la revolución conserva una visión
autocrítica. Las declaraciones de José Vicente Rangel son terminantes. Pero hace
falta un verdadero y serio Instituto de Planificación Urbana.
La Ciudad de los Otros
En la ciudad de Venecia, construida a la pequeña escala de
la belleza de siglos, todos los años se celebran famosas bienales
internacionales de arte o de arquitectura. Quienes visitan las bienales se
dividen en dos categorías. La de los enormemente ricos, con sus yates de seis
pisos, piscina y helicóptero, y la difusa y opulenta clase media europea, ahora
casi siempre encerrada en sus burbujas de privilegios y autosuficiencia. La
primera no cuenta, porque lo que va es a las fiestas de cineastas. Pero la
segunda sí asiste masivamente a la competencia culta de los pabellones de
arquitectura o de arte. Este año, el tema de la
Bienal devolvía la atención al drama de la ciudad y de
su relación con la arquitectura. En este contexto, la exposición La Ciudad de
los Otros en el pabellón de Venezuela, realizada al filo criollo de la
improvisación, ha sido un puño en un ojo para esa clase media. Y esa era la
intención. Porque lo esencial, en nuestro
histórico pabellón individual, era lo siguiente: decirle
a quien quisiera escucharnos, estos son nuestros problemas, totalmente
diferentes a los de Uds. Vean cómo vive la mitad de nuestros habitantes.
Compárenlos con la exquisitez urbana de los suecos o la normalidad moderna de
los alemanes. Por lo tanto, las recetas que Uds. usan, no nos sirven. Porque
atrincherados como están en la riqueza y el consumo, lo único que Uds. entienden
es el relumbrón del espectáculo para adentro y la represión para afuera. Así que
véanle el rostro a la pobreza, véanle la cara a nuestros barrios y déjennos
resolver nuestros problemas a nuestra manera. Hay serios indicios de que el mensaje ha sido
captado. Numerosos ingleses, franceses e italianos han reaccionado, y así lo han
dejado dicho en el cuaderno de notas: ¡bravo! este es el mejor entre los
pabellones pequeños y su contenido es el más contundente. Desde luego que para
comenzar a describir las posibles soluciones, por las cuales numerosas eran las
preguntas, ¡habría que organizar otra bienal!
Gimnasios verticales y Barrio Adentro. Bien diferentes
son las consideraciones que deben hacerse con relación a
la otra parte de la Bienal. En el gran galpón donde antiguamente se
construían los barcos de la república veneciana, el director de esta Bienal,
Richard Burdett, inteligente y progresista -y asesor del alcalde de Londres, ha
sabido montar una gigantesca y aplastante exposición donde se resumen todas las
virtudes y sobre todo los pecados de las mayores ciudades del mundo, entre ellas
los de nuestra Caracas. Los arquitectos venezolanos que colaboraron en la
preparación de los documentos relacionados con la capital del país, por supuesto
seleccionaron, manipularon y orientaron la información gráfica y documental a su
conveniencia. Con excelente calidad estética, por cierto. Por otra parte,
pedirles otra versión hubiera sido irreal. Pero cabe preguntarse, sin embargo,
cómo la Alcaldía Mayor, al lado del gimnasio vertical de Chacao, cayó tan
ingenuamente en la trampa, al no saber o poder controlar comparativamente la
presentación y valoración objetivas y cuantitativas de las acciones prioritarias
en salud incluyendo por supuesto todo Barrio Adentroy las inversiones en
infraestructura y en transporte público. Entre otras cosas, el profesor de la
Universidad Católica, Axel Capriles, en la introducción al catálogo de la
Bienal, afirma tranquilamente que "del colapso del viaducto no emergieron
soluciones innovadoras" y que "por el contrario, la acción política se ha
enfocado en permitir gallineros en los balcones, y en promover la apropiación de
edificios y de tierra de propiedad privada". Con ello es suficiente para
entender por dónde va la pequeña crítica y su correspondiente ceguera política.
Resumiendo, el gigantesco fenómeno de la población del mundo viviendo cada vez más en ciudades
cada vez más grandes, ha sido presentado eficazmente en esta Bienal. Con más
razón es necesario reflexionar con apremio y seriedad si es posible enfrentar el
reto de lograr ciudades justas y equilibradas sin salir del atolladero del
capitalismo moderno.
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