lunes, 25 de febrero de 2013

AyB 067 - 04 Enero 2007


Ultimas Noticias | Jueves 04 de Enero de 2007

Vista panorámica de Bogotá


¿Qué esperamos?


Quien no coge experiencia no llega a viejo, dice un viejo refrán. Eso se vale también para los fenómenos colectivos como la política o el crecimiento urbano.

En Bogotá -frente a la perspectiva de una ciudad profundamente deteriorada, con altísimos índices de criminalidad y violencia de todo tipo, con un tráfico colapsado-, hace algunos años las autoridades municipales decidieron pedir cacao y solicitar la ayuda iluminada de los grandes tecnólogos modernos.

Llamaron a la firma japonesa Cooperation Agency Transport para que diseñase una solución para que el tráfico, por lo menos, pudiese funcionar. La firma japonesa estudió, comparó, analizó, y por fin recomendó que se construyesen, a lo largo del cauce de un río que atraviesa la ciudad, un sistema sobreelevado de siete autopistas de alta velocidad. Mientras tanto hubo un cambio de autoridades y afortunadamente las decisiones tomaron un rumbo totalmente diferente.

En lugar de autopistas para más carros, se decidió restringir el tráfico de vehículos privados en el centro, construir una red de calles peatonales, un sistema enorme de vías para bicicletas y ensanchar todas las aceras donde fuera posible.

Y un sistema de autobuses de circulación superficial privilegiada, el famoso Transmilenio, que le resuelve el problema a centenares de ciudadanos. Pero además, en lugar de invertir millones en estructuras elevadas de concreto para carros, que en definitiva son de la capa económica más alta, se proyectaron, llamando a los mejores arquitectos del país, docenas de instalaciones públicas, bibliotecas, parques, escuelas y guarderías.

Con nuevas bibliotecas y parques, con kilómetros de ciclovías para millones de ciclistas los domingos, y centenares de miles todos los días, y parques por doquier, en la capital colombiana se produjo un cambio significativo en todos los aspectos. Realmente memorable. Los alcaldes responsables de las decisiones no son unos genios ni unos cabezas calientes radicales. Son simplemente unas personas sensatas que se arriesgaron, contra todos los prejuicios tradicionales, a defender unas ideas ejemplares.

Personalidades insólitas en nuestra colección de personajes políticos latinoamericanos. Nos preguntamos ahora: ¿no es esta experiencia, la de Bogotá, una experiencia que debe ser valorada, justipreciada por lo que vale, y puesta en perspectiva para lo que debe hacerse en Caracas y en todas las ciudades del país? ¿Hasta cuándo nuestras ciudades van a seguir viviendo y creciendo al garete? ¿Sin planificación ni planificadores, sin consultas populares, sin discusión democrática de sus destinos? Ya basta de Cuarta República, el socialismo del siglo XXI exige tomar responsabilidades, trazar con inteligencia grandes planes, presentarlos con la mayor publicidad entendida ésta como un problema pedagógico-, consultarlos con la población y actuar, incidiendo a fondo en el mejoramiento de la calidad de vida de todas nuestras ciudades. La palabra a nuestros alcaldes 'socialistas'.


Enfrentar el caos y pensar socialista


Dentro de diez años ya no tendremos Polo Norte. Los hielos eternos lo habrán desaparecido. Dentro de veinte años la temperatura habrá subido siete grados más. Los océanos subirán unos cuantos metros. Suficientes para que desaparezcan miles de islas y se ahoguen unos cuantos pueblos.

Son informaciones científicas que ya nadie pone en duda.

De acuerdo con el principio de que nadie cambia mientras no se produzca una tragedia, dentro de unos años la especie humana no tendrá más remedio que reconocer que por su culpa este planeta, el único que tenemos a disposición, ha sido destrozado en sus relaciones físicas más delicadas.

Inundaciones, desiertos achicharrantes, hambre y enfermedades, deslaves, tifones, huracanes y tempestades. Ahí es cuando tendremos que inventar un nuevo modo de vida o tendremos que perecer todos, junto con este capitalismo lujoso, injusto e irracional que hemos cabalgado hasta hoy (más, allá en los países poderosos, que acá en el subdesarrollo, por supuesto) ¿Cómo se traduce todo esto en nuestro ámbito casi doméstico de la ciudad -de las ciudades- donde, mal que bien, vivimos? Bueno, algunas consideraciones se imponen: cómo gastamos la energía, cómo seguimos trabajando, con qué horarios lo seguimos haciendo, cómo nos comunicamos y transportamos, qué tipo de viviendas pensamos seguir construyendo. Infinitas preguntas y alternativas que se nos plantean.

Por lo pronto, hay algunos problemas que tenemos el deber inmediato de resolver. Primero entre todos, el del tráfico urbano. Hay que acabar con la irracionalidad. Si la gente, sobre la ola de la economía boyante, gracias a la revolución, compra cuanto carro nuevo está disponible, habrá que aceptar que ello responde al mito progresista del vehículo que sirve para todo, para inflar nuestro ego, para tirar físico, para comer y hacer el amor, y hasta para transportamos de un lado para otro. Todas las cosas que la mayoría de los mortales considera necesarias y encomiables.

Y también es posible que tenga razón el Gobierno al considerar que en este momento, como estrategia política, es justo darle un respiro a una población "ávida" de carros, así como, en otro campo, con la importación de cuanta cosa se nos ocurra. Pero ya es tiempo, frente a la calamidad cívica de una ciudad colapsada, que corramos a buscar no simples remedios -que eso es cosa de Cuarta República-, sino un diseño radical de los sistemas de transporte, concebido como uno de los primeros grandes logros de la revolución. Como un invento extraordinario, definitivo, para acabar con el desastre del tráfico, para restituir en su verdadera importancia el respeto por la calidad de la vida urbana como una demostración para el mundo que el socialismo del siglo XXI consiste en eso también, un sistema de transporte racional y ecológico. Y a lo mejor puede ser que no sea asunto de alta tecnología ni de medidas draconianas. A lo mejor simplemente será un asunto de muchas micromedidas, de intervenciones puntuales y pequeñas decisiones, pero que en conjunto, como en el caso de Bogotá, conduzcan a resultados importantes.

En todo caso, ello implicará cambios de horarios, modos de vida, educación, relaciones humanas, ahorro de energía y enfrentamientos con el diseño tropical de los medios de transporte. Retos y más retos. Pero así, y únicamente así, es como podremos comenzar en este ámbito tan delicado a realizar en la práctica de la vida ciudadana lo que estamos elucubrando en nuestras teorías.



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