La ciudad del capital
Henrique Hernández /
Alejandro López Juan Pedro Posani / Alfredo Roffé
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Ya hemos hablado varias veces de la
necesidad de reflexionar (y luego tomar medidas prácticas) acerca de cómo haremos
para que en la ciudad (en todas nuestras ciudades) comencemos a avanzar hacia un
ordenamiento que disuelva los nudos dramáticos de las desigualdades injustas, y
abra las primeras puertas para la utopía urbana. La sociedad del nuevo
humanismo, sustentada en el socialismo del siglo XXI, deberá reflejarse en
organización e infraestructuras urbanas coherentes. Eso va de cajón. Ni estudios
teóricos ni experiencias prácticas indican que para actuar sobre el tejido
urbano hay que esperar a que tengamos algún día una sociedad enteramente
socialista.
Mientras tanto, es útil volver la vista hacia la realidad del
mundo que nos rodea; que no es tanto la realidad del subdesarrollo.
Esa
la conocemos perfectamente, con sus ciudades divididas en guetos para ricos y
cinturones de miseria para los pobres, atenazadas por la terrible realidad de la
injusticia que engendra las desigualdades de servicios, oportunidades y calidad
de vida. Volvamos a ver, en cambio, el modelo dorado de ciudad que nos propone
el capital, y tomemos el del capital por excelencia: la ciudad
norteamericana.
E insistimos en ello porque es ese modelo el que se nos
ofrece como viable e inevitable, desde el cine de Hollywood hasta los cursos
universitarios.
La ideología de la ciudad concentrada en núcleos de
rascacielos rodeados por un mar de casitas, un océano de individualismo que
crece a desmesura, únicamente interrumpido por los templos del consumismo, los
centros comerciales.
Ese es el modelo de ciudad que supuestamente
corresponde a nuestra época. Bueno, un momento: a la época histórica que
viven las naciones supuestamente desarrolladas.Y la realidad de la ciudad
norteamericana es una realidad dominada por los intereses inmobiliarios, a una
escala y con una desfachatez inusitadas.
En un reportaje reciente, un
empresario de la industria de la construcción reconoce, entre otras cosas, que
la próxima generación de dueños de viviendas tendrá la mitad de la superficie
promedio actual, pero a un costo doble. Recordemos que la industria de la
construcción, en Estados Unidos, siempre corre desesperadamente detrás de las
tierras con posibilidades urbanas, acaparando todo lo que puede, y alterando lo
que puede, en previsión del futuro crecimiento.
Ello produce una grave
distorsión en la organización de las ciudades, dejada al libre juego del
mercado. Los costos se disparan, los servicios faltan, las distancias aumentan,
de la ecología nadie se acuerda y el territorio sale perjudicado conjuntamente
con la calidad de vida de esa misma clase media, tan abultada en USA, y tan
determinante para los intereses de las grandes compañías
urbanizadoras.
La tremenda irracionalidad de los enormes suburbios cada
vez más alejados de los centros de trabajo, vaciados a su vez de todo sentido de
relación social viva e interesante, es el resultado de dejar la vivienda y la
infraestructura urbana de servicio y de trabajo, completamente al garete, en
manos de lo que se considera intocable: el capital asociado con las grandes
empresas inmobiliarias. Desde mediados de los años 90, la industria de la
construcción ha reportado haber construido alrededor de 13.5 millones de
viviendas unifamiliares.
Se entenderá entonces el volumen de dinero
involucrado.
Pero desde el punto de vista de la vida urbana que es
resultado de tal proceder, la realidad confirma el fracaso de manera
avasallante: la incapacidad de producir, junto con los negocios, un tipo de
ciudad justa e igualitaria, que redunde en más riqueza humana, en más goce de
vida compartida, con más crecimiento intelectual y espiritual. Lo que en
definitiva realmente interesa a cada ser humano sobre la tierra.
¿Que
existen otras ciudades donde el capitalismo ha sido capaz de administrar mejor
las injusticias? ¿Viena, Estocolmo, Amsterdam? Sin duda alguna.
Luego
de siglos de luchas colectivas y de experiencias terribles, en algunos lugares
el capital ha sido lo suficientemente inteligente para reducir las aristas más
visibles de las diferencias, admitir que ciertos contingentes de pobres accedan
a las clases medias, se integren y ya pacificados dejen de ser núcleos
peligrosos para el sistema.
Pero también en esos pocos casos, el
mejoramiento no es suficiente. La humanidad, que como especie persigue las
estrellas y alcanza los misterios del átomo, por fin se merece por lo menos una
ciudad justa y hermosa.
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La sociedad del nuevo humanismo deberá reflejarse en
organización e infraestructuras urbanas coherentes
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En la Vía Oriente
El VAO, entre Guarenas y
Caracas, está tan precario e inoportunamente señalado.
Las vallas promoviendo obras públicas, tienen el
nombre del gobernador o alcalde, y en letras tan destacadas, que no se aprecia
la obra en sí.
En algunos lugares, los vehículos públicos tienen el
nombre, y en casos insólitos la fotografía, del gobernador o alcalde.
Las vallas de la alcaldía Libertador en Caracas
durante la gestión de Aristóbulo Istúriz, por el contrario, sólo indicaban algo
así como... . el gobierno de la gente y nunca, por Dios, su foto o su
nombre.
Eligen o ratifican alcaldes o gobernadores y
continúan los huecos en las carreteras, sin pintura de tráfico, basura por
doquier, cunetas, drenajes y alcantarillas obstruidas, bordes de carreteras
indefinidos, tomados por el monte.
Gobernadores y alcaldes, una vez electos, dejan de
caminar las aceras y recorrer calles, carreteras y autopistas, con vehículos
normales y con ojos de servidores públicos para conocer el estado de su
región.
El mantenimiento sistemático y permanente de las
obras públicas no aparece en el manual para ser funcionario público, y tampoco
en las universidades.
Las policías de carreteras, como las urbanas, están
ausentes en horas nocturnas, y de madrugada, en los sitios que todos saben que
hay que vigilar.
Las señales de tránsito son inadecuadas, inoportunas
e invisibles, en calles, avenidas, carreteras y autopistas, especialmente en
intersecciones, cruces y curvas.
Los baños de estaciones de servicio, nuevas o
viejas, y paraderos, en carreteras y autopistas, son inmundos, pestilentes, mal
dotados y hasta piden propinas en algunos.
Las entradas desde la carretera o calle a las
estaciones de servicios o paraderos son bombardeadas regularmente y mantienen
huecos (patrimoniales).
Existen peajes en autopistas y carreteras en las que
el mantenimiento y la vigilancia brillan por su ausencia, y cuando reparan un
hueco lo transforman impelablemente en un promontorio.
Hay un peaje que cobra 50 bolívares en el estado
Sucre.
Hay una sola línea de ferry que transporta vehículos
a la isla de Margarita.
En esa isla, el hampa actúa en horario de oficina,
en calles y avenidas que conducen a la playa La Caracola en Porlamar, en
temporada alta y frente a vigilantes de edificios. Como será de noche y en
sitios menos privilegiados.
Los puestos de salvavidas, cuando existen, en
cualquier temporada, están sin uso, deteriorados y con publicidad.
Los escombros en avenidas, calles y carreteras
forman parte del ornato público.
Hay quienes en vacaciones ven las cosas negativas en
vez de disfrutar la playa y sus encantos.
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