El puente: una lección para aprender a definir prioridades
Henrique Hernández /
Alejandro López Juan Pedro Posani / Alfredo Roffé
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Se cayó el puente. Ahora, además de
mitigar sus consecuencias, lo ineludible es sacar lecciones. En verdad éste ha
sido el mejor caso de una muerte anunciada.
Desde hace más de diecinueve
años (1987), según afirman voceros dignos de crédito - algunos inclusive dicen
que desde el mismo momento del proyecto - se conocían los datos objetivos de la
posibilidad del colapso. No se hizo absolutamente nada; más aún, se permitió que
se incrementaran los riesgos con el crecimiento poblacional irregular en la cima
del cerro, hasta hace muy poco tiempo (2003), cuando se percibió lo inminente
del desastre y se tomaron las primeras medidas.
Para 1999 lo que se
recibió en herencia fueron únicamente planes, proyectos, una desafortunada
secuencia de tres licitaciones fallidas y una demanda resuelta judicialmente en
contra del Estado venezolano.
A pesar de que ya se sabía lo inevitable e
imprescindible de tener que optar por una vialidad alterna, los Gobiernos de la
cuarta república no supieron o no quisieron hacer nada efectivo.
Esta es la simple realidad. Pero vamos a ver si
podemos, frente a este trauma nacional, lograr encauzar -como país, como nación,
como pueblo- una discusión seria, argumentada, acerca de las razones por las
cuales han ocurrido los hechos que ya todos conocemos, no ya desde las
perspectivas de unas políticas partidistas inmediatas, chavistas o
antichavistas, cuarta o quinta república.
No nos referimos, está claro, a
las causas naturales o de diseño estructural, sino a las causas profundas que
han impedido que en un país como el nuestro, no se hayan tomado acciones de
prevención frente a situaciones de peligro perfectamente
identificadas.
Es el caso de los terremotos, deslaves, lluvias,
inundaciones, incendios, epidemias y de todas las demás calamidades
que la experiencia histórica humana ha acumulado. Sabemos su existencia,
conocemos sus probabilidades de ocurrencia, percibimos, incluso, su cercanía.
Pero no tomamos medidas de prevención hasta que las tengamos
encima.
Hasta que golpeados por el mazazo de la naturaleza, tengamos
que llorar los muertos, o el perjuicio económico; que para muchos viene a ser lo
mismo.
Las causas. Conviene establecer de manera
contundente la relación entre la incapacidad de prever y de planificar en
consecuencia, y una sociedad, como es todavía la nuestra, marcada a fuego por
aquella afirmación de admirable precisión científica de José Ignacio Cabrujas:
“Mientras tanto... y por si acaso”.
Esas seis palabras resumen
todo el burdo sentido pragmático con el cual se han manejado los asuntos
públicos durante décadas y, tal vez, siglos.
Esa ha sido siempre la
filosofía con la cual hemos vivido, dando tumbos, tratando de remendar la vida,
tropezando con los acontecimientos naturales y descubriendo los precipicios diez
metros antes de caer en ellos.
Mientras tanto... no ocurra lo que se
teme, me las voy arreglando con lo que hay.
Mientras tanto... me ocupo
exclusivamente de lo mío, los demás que se las arreglen como puedan. Mientras
tanto... yo, como Estado, invierto en lo que me puede dar votos de
inmediato.
Todo el sistema de prioridades, de cómo definir lo que viene
primero y lo que viene después, de lo que es más importante y lo que es más
urgente, se somete a los criterios -por llamarlos de alguna manera que durante
décadas ha impuesto la politiquería de pequeño cabotaje.
O, más
recientemente, es verdad, también la política de nivel superior, supeditada a
tener que resolver el acoso de los adversarios inmediatos. Recozcamos, por ejemplo, qué difícil es pensar en el futuro del puente
cuando lo que uno tiene que hacer es defenderse de un golpe de Estado o de un
paro petrolero.
Pero no busquemos excusas, sino razones. La previsión y
la planificación a mediano y largo plazo, con sus corolarios de previsión de
inversiones públicas, son hijas de la estabilidad institucional y de la
continuidad de planes de gobierno.
En regímenes políticos como los que
han prevalecido y siguen prevaleciendo en nuestro mundo subdesarrollado -parte
de Asia, África y Suraméricay sometido crecientemente al imperio de la
globalización, es utopía pensar que los estados puedan planificar y prever con
alguna normalidad.
Es una situación general, no sólo venezolana. Ni
siquiera los ciudadanos de a pie, como la inmensa mayoría de nosotros, preven y
planifican. Para prever y planificar es indispensable tener un plan. Disponer de
un proyecto acabado de país. Saber hacia dónde se va y hacia dónde se quiere
ir.
Una institucionalidad sólida y concertada. Nada de esto hemos tenido
hasta ahora. Y lograrlo es justamente lo que nos propone el proceso social y
político actual. Pero no lo tenemos todavía... Y mientras tanto siguen
funcionando todos los resortes y todos los frenos tradicionales. Inclusive el
por si acaso de Cabrujas no indica previsión. Es simplemente aceptación de la
presencia del azar, y de la posibilidad concreta de que pueda pasar cualquier
cosa.
Esto es, la improvisación como remedio para la
imprevisión.
En un mundo confuso, sin determinación consciente de los
actores sociales, ha prevalecido la típica cultura petroleraminera, en todos los
niveles, los públicos y los privados.
¿De dónde salió, y cuándo, esa
frase tan frecuente y tan criolla, “el que venga atrás que arree?” ¿Acaso no
expresa, ésta también, una perfecta síntesis de la política pública de los
últimos dos siglos, por lo menos?
De manera que el asunto del puente, si lo
observamos fríamente, encaja de modo orgánico dentro de una mentalidad, de una
manera de enfrentarse a los problemas de la vida social, perfectamente típica de
la estructura social que hemos padecido hasta ahora y perfectamente coherente
con ella.
Reconozcamos que hasta ahora ha sido así: “Mientras tanto... y
por si acaso”. Difícil pensar en otra actitud. Y esto es lo grave. Porque si
ahora queremos asumir otras perspectivas, (y es urgente hacerlo) debemos
colocarnos frente a las enormes dificultades de romper con esta cultura de la
improvisación que está profundamente enraizada en la forma de comportarnos, de
todos, absolutamente todos.
Pensamos que ésta es la suprema lección, de
dura y pura pedagogía civil y colectiva, que debemos extraer del colapso del
puente, anunciado durante años y finalmente ocurrido.
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Ya es hora de que la oposición cultural sea más
cultural, esto es, culta, informada, actualizada...”
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