martes, 12 de febrero de 2013

AyB 017 - 12 Enero 2006
Últimas Noticias | Jueves 12 de Enero de 2006



El puente: una lección para aprender a definir prioridades

 
Henrique Hernández / Alejandro López
Juan Pedro Posani / Alfredo Roffé

Se cayó el puente. Ahora, además de mitigar sus consecuencias, lo ineludible es sacar lecciones. En verdad éste ha sido el mejor caso de una muerte anunciada.

Desde hace más de diecinueve años (1987), según afirman voceros dignos de crédito - algunos inclusive dicen que desde el mismo momento del proyecto - se conocían los datos objetivos de la posibilidad del colapso. No se hizo absolutamente nada; más aún, se permitió que se incrementaran los riesgos con el crecimiento poblacional irregular en la cima del cerro, hasta hace muy poco tiempo (2003), cuando se percibió lo inminente del desastre y se tomaron las primeras medidas.

Para 1999 lo que se recibió en herencia fueron únicamente planes, proyectos, una desafortunada secuencia de tres licitaciones fallidas y una demanda resuelta judicialmente en contra del Estado venezolano.

A pesar de que ya se sabía lo inevitable e imprescindible de tener que optar por una vialidad alterna, los Gobiernos de la cuarta república no supieron o no quisieron hacer nada efectivo.

Esta es la simple realidad.
Pero vamos a ver si podemos, frente a este trauma nacional, lograr encauzar -como país, como nación, como pueblo- una discusión seria, argumentada, acerca de las razones por las cuales han ocurrido los hechos que ya todos conocemos, no ya desde las perspectivas de unas políticas partidistas inmediatas, chavistas o antichavistas, cuarta o quinta república.

No nos referimos, está claro, a las causas naturales o de diseño estructural, sino a las causas profundas que han impedido que en un país como el nuestro, no se hayan tomado acciones de prevención frente a situaciones de peligro perfectamente identificadas.

Es el caso de los terremotos, deslaves, lluvias, inundaciones, incendios, epidemias y de todas las demás calamidades que la experiencia histórica humana ha acumulado. Sabemos su existencia, conocemos sus probabilidades de ocurrencia, percibimos, incluso, su cercanía. Pero no tomamos medidas de prevención hasta que las tengamos encima.

Hasta que golpeados por el mazazo de la naturaleza, tengamos que llorar los muertos, o el perjuicio económico; que para muchos viene a ser lo mismo.

Las causas. Conviene establecer de manera contundente la relación entre la incapacidad de prever y de planificar en consecuencia, y una sociedad, como es todavía la nuestra, marcada a fuego por aquella afirmación de admirable precisión científica de José Ignacio Cabrujas: “Mientras tanto... y por si acaso”.

Esas seis palabras resumen todo el burdo sentido pragmático con el cual se han manejado los asuntos públicos durante décadas y, tal vez, siglos.

Esa ha sido siempre la filosofía con la cual hemos vivido, dando tumbos, tratando de remendar la vida, tropezando con los acontecimientos naturales y descubriendo los precipicios diez metros antes de caer en ellos.

Mientras tanto... no ocurra lo que se teme, me las voy arreglando con lo que hay.

Mientras tanto... me ocupo exclusivamente de lo mío, los demás que se las arreglen como puedan. Mientras tanto... yo, como Estado, invierto en lo que me puede dar votos de inmediato.

Todo el sistema de prioridades, de cómo definir lo que viene primero y lo que viene después, de lo que es más importante y lo que es más urgente, se somete a los criterios -por llamarlos de alguna manera que durante décadas ha impuesto la politiquería de pequeño cabotaje.

O, más recientemente, es verdad, también la política de nivel superior, supeditada a tener que resolver el acoso de los adversarios inmediatos. Recozcamos, por ejemplo, qué difícil es pensar en el futuro del puente cuando lo que uno tiene que hacer es defenderse de un golpe de Estado o de un paro petrolero.

Pero no busquemos excusas, sino razones. La previsión y la planificación a mediano y largo plazo, con sus corolarios de previsión de inversiones públicas, son hijas de la estabilidad institucional y de la continuidad de planes de gobierno.

En regímenes políticos como los que han prevalecido y siguen prevaleciendo en nuestro mundo subdesarrollado -parte de Asia, África y Suraméricay sometido crecientemente al imperio de la globalización, es utopía pensar que los estados puedan planificar y prever con alguna normalidad.

Es una situación general, no sólo venezolana. Ni siquiera los ciudadanos de a pie, como la inmensa mayoría de nosotros, preven y planifican. Para prever y planificar es indispensable tener un plan. Disponer de un proyecto acabado de país. Saber hacia dónde se va y hacia dónde se quiere ir.

Una institucionalidad sólida y concertada. Nada de esto hemos tenido hasta ahora. Y lograrlo es justamente lo que nos propone el proceso social y político actual. Pero no lo tenemos todavía... Y mientras tanto siguen funcionando todos los resortes y todos los frenos tradicionales. Inclusive el por si acaso de Cabrujas no indica previsión. Es simplemente aceptación de la presencia del azar, y de la posibilidad concreta de que pueda pasar cualquier cosa.

Esto es, la improvisación como remedio para la imprevisión.

En un mundo confuso, sin determinación consciente de los actores sociales, ha prevalecido la típica cultura petroleraminera, en todos los niveles, los públicos y los privados.

¿De dónde salió, y cuándo, esa frase tan frecuente y tan criolla, “el que venga atrás que arree?” ¿Acaso no expresa, ésta también, una perfecta síntesis de la política pública de los últimos dos siglos, por lo menos?


De manera que el asunto del puente, si lo observamos fríamente, encaja de modo orgánico dentro de una mentalidad, de una manera de enfrentarse a los problemas de la vida social, perfectamente típica de la estructura social que hemos padecido hasta ahora y perfectamente coherente con ella.

Reconozcamos que hasta ahora ha sido así: “Mientras tanto... y por si acaso”. Difícil pensar en otra actitud. Y esto es lo grave. Porque si ahora queremos asumir otras perspectivas, (y es urgente hacerlo) debemos colocarnos frente a las enormes dificultades de romper con esta cultura de la improvisación que está profundamente enraizada en la forma de comportarnos, de todos, absolutamente todos.

Pensamos que ésta es la suprema lección, de dura y pura pedagogía civil y colectiva, que debemos extraer del colapso del puente, anunciado durante años y finalmente ocurrido.


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Ya es hora de que la oposición cultural sea más cultural, esto es, culta, informada, actualizada...”

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