jueves, 4 de abril de 2013

AyB 193 - 13 Agosto 2009

AyB 193 - 13 Agosto 2009

Ultimas Noticias | Jueves 13 de Agosto de 2009


Henrique Hernández Alejandro López Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com

Invasiones y revoluciones


El pasado 29 de julio se presentó por Catia TV un programa protagonizado por una serie de jóvenes estudiantes, probablemente de Derecho, que discutían animadamente la cuestión de las invasiones: su ilegalidad y la legalidad de las leyes burguesas, que en este momento y en este país, hace que las invasiones sean ilegales.

La voz cantante la llevaron dos de ellos, quienes con gran facilidad de palabra defendían el derecho del pueblo de invadir, de ocupar posesiones ajenas con el argumento de que esa invasión era necesaria para su subsistencia y abogaban por la derogación de leyes esencialmente capitalistas que garantizan el derecho a la propiedad. En su discurso invocaron precedentes históricos, como el caso de la Revolución Francesa, cuya fuerza fundamental fue la del proletariado y que terminó cuando la burguesía reafirmó su poder por medios violentos.

Las invasiones en Venezuela son rurales y también urbanas. Como nuestro ámbito de trabajo es el urbano, nos referiremos sólo a estas últimas. En las ciudades, las invasiones tienden a localizarse en terrenos desocupados, dentro del límite urbano, y fuera de ese límite en la periferia inmediata.

El problema está en que algunos de esos terrenos son parques nacionales, propiedad social, propiedad del pueblo que tiene derecho a su uso, y la invasión de estos lugares es un atentado inaceptable contra el pueblo. Otra parte son terrenos públicos probablemente destinados a equipamientos colectivos o a programas de vivienda de interés social. Si son para equipamiento colectivo, son propiedad del pueblo y es inadmisible su ocupación violenta por unos pocos para su privilegio personal. Si son para viviendas de interés social, se supone que el gobierno ha preadjudicado las viviendas, las cuales se van a construir para familias con alta necesidad y que han sido escogidas con criterios rigurosos de atención. También es criminal que unos pocos invasores traten de adueñarse violentamente de viviendas destinadas a familias que son las que más las necesitan. Con los terrenos privados desocupados el discurso es más complejo, ya que sus propietarios no tienen derecho a acaparar un insumo escaso indispensable para las construcciones que la sociedad necesita, con todas las variantes que presente esa demanda social.

Lo racional es que el gobierno expropie esos terrenos para utilizarlos en la construcción de complejos de interés social.

No se justifica tampoco la apropiación violenta de ese bien por unos pocos privilegiados que impiden una real posesión colectiva y social de ellos. Para las construcciones deberían regir los mismos criterios. Si son públicas, es decir de propiedad social, de todo el pueblo, debe dárseles un uso solidario y justo. Las viviendas públicas para quien más las necesiten, seleccionados según principios de ética fundamental. Si son privados y están sin uso debe considerarse un caso de acaparamiento y ser expropiados para darle el uso social justo. Pero en ningún caso es admisible la invasión, es decir la apropiación violenta de un bien colectivo por un grupo de personas que asumen privilegios que no son suyos sino del pueblo. La colonización, o sea la ocupación pacífica de terrenos sin uso real ni previsto, es otra cuestión. Ésta sí es justa. Mediante un proceso de colonización es que se forman la mayoría de los barrios. Ante un gobierno que no responde a una necesidad tan vital como la vivienda, la población reacciona mediante la colonización. No es lo mejor, pues ésta trae consigo infinidad de males, pero es el mal menor.


Utopía y mediocridad


Durante el Aló, Presidente del domingo pasado, se presentaron algunos ejemplos de desarrollos urbanos de viviendas individuales de un piso, ya realizados, y proyectos de bloques de varios pisos para apartamentos. Es dramática la insistencia del Presidente en el esfuerzo gigantesco que debe realizar el Estado para satisfacer la demanda, en lo prolongado y continuo que deben ser los diferentes programas destinados a ello y la urgencia tremenda que ello implica.

La vivienda sigue siendo el lado débil de la acción revolucionaria. Todo el mundo lo sabe y el gobierno es el primero en saberlo.

Pero la urgencia y la gravedad de la situación no deben llevar a descuidar lo que también es esencial: la calidad de las viviendas producidas. Las realizadas y, peor aún, las que están en proyecto son realmente ejemplos de pésimos diseños. Los resultados, costosos, mal concebidos y peor diseñados, están desgraciadamente a la vista. Y si fuera simplemente que son feos o poco atractivos, bueno, en estos apuros en que estamos, no importaría tanto. Pero el asunto es que no hay detrás de esos lamentables ejemplos que se mostraron en TV, el menor asomo de competencia profesional. ¿Quién diablo diseña tamaños disparates en los cuales no hay ninguna reflexión de cómo responder al clima, a la organización urbana y ambiental, a la tipología programática actual de la familia venezolana, ni a sus hábitos y costumbres? ¿Dónde están los arquitectos que han evaluado costos, formas de crecimiento, flexibilidad, componentes constructivos, y que han examinado la rica experiencia acumulada en Venezuela durante muchos años? Los pobladores que reciben esas casas y esos apartamentos, saliendo de la penuria en que vivían, están felices y así lo declaran jubilosos. ¡El salto es muy grande, de un rancho endeble en terreno que se desliza, a un apartamento seguro, de tres habitaciones y dos baños! ¡Tienen toda la razón! Pero ellos ignoran que lo que reciben está lejos de lo que pueden producir y producen, una buena arquitectura y un buen diseño urbano. Bastaría que tuvieran la posibilidad de comparar, por ejemplo, con los bloques de El Silencio.

Una absoluta ignorancia de los más elementales criterios de lo que debe ser una buena arquitectura tropical en las condiciones de ciudad socialista, y una total falta de imaginación y cultura arquitectónica, demuestran, duele decirlo, incompetencia profesional en los diseñadores e incompetencia política en los responsables en diferentes niveles. Repetimos, POLÍTICA, porque el daño que se hace construyendo viviendas y conjuntos como los que van apareciendo en toda Venezuela, es de naturaleza política. Ya es hora de que el gobierno reflexione que en este proceso creador en el cual estamos metidos todos, hay que aspirar a la mejor calidad, y no conformarnos, a cuenta del apuro, con la mediocridad. Las cosas hay que hacerlas rápidas y económicas, pero aspirando a que sean las mejores del mundo. Parte esencial de la utopía revolucionaria, algo que está en su propia naturaleza, es disparar la flecha lo más alto y lo más lejos posible. Siempre.



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