jueves, 4 de abril de 2013

AyB 195 - 10 Septiembre 2009

AyB 195 - 10 Septiembre 2009

Ultimas Noticias | Jueves 10 de Septiembre de 2009


Alejandro López Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com

Por una nueva, otra modernidad del siglo XXI

(La tarea es inventar una más respetuosa del planeta)

 
Todos nos enamoramos de la modernidad. Estábamos convencidos de que progreso era igual a modernidad, y viceversa. En la cima de la empinada cuesta del progreso nos aguardaba la felicidad del mundo moderno, y todos, o casi todos, nos empeñamos en alcanzarla. Pero ahora nos damos cuenta de que la modernidad está agonizando. Y para colmo, aquí donde nosotros vivimos, en la periferia subdesarrollada, ni siquiera hemos tenido tiempo o condiciones para lograrla (o no nos dejaron) y ¡ya se nos muere! Los desarrollados, buscando el progreso, nos empantanaron en un alarde desbordado de consumismo, agotando recursos naturales, derrochando energías, recalentando la atmósfera y envenenando el aire.

Ahora que el daño está hecho, están empezando a darse por enterados. Pero eso era justamente la modernidad. Creímos todos (o casi todos) que el despilfarro podía ser eterno y el progreso infinito. Que la obsolescencia planificada era buena para el mercado y que mientras más autopistas mejor el tráfico.

Que los rascacielos mientras más altos eran mejores para la autoestima de las transnacionales. Bueno, el progreso nos llevó hasta aquí, a ellos y a nosotros: los polos se derriten, el clima cambia; la varilla de medición del petróleo, motor de la modernidad, está indicando que en la barriga de la Tierra no queda mucho más. Ya es hora de que miremos alrededor y midamos los resultados. Esto es lo que, como especie, hemos sabido construir.

Mirémonos en el espejo: imbéciles que somos, siglos tras siglos, matándonos y descuartizándonos en guerras sin cuartel, la minoría de los ricos ahogándose en la abundancia mientras la mayoría de los pobres patalea en la penuria y se come la tristeza del hambre y de la ignorancia.

Cosa sabida, pero vale la pena repetirlo: los intereses de clase, los intereses del poder, los intereses de los imperios, han determinado la vida de millones de seres.

Después de miles de años, la racionalidad de la solidaridad humana, máxima meta del verdadero progreso, está todavía por conquistar.

Desde aquí, en algunas partes de este subdesarrollo periférico en que nos han retenido por la fuerza o por la mecánica de la sumisión, comenzamos a decir basta. En esta región del planeta América, un pequeño gran experimento de reorganizar la vida estalló inesperadamente. Uno nuevo, bien diferente del otro gran experimento del socialismo real, que muy mal terminó.

Es por ello que a este enésimo experimento de justicia social radical, de racionalidad humana, hay que cuidarlo amorosamente, con cariño fraternal. Para que no se sigan cometiendo tantos errores en exceso. Para que no se precipite ni se demore demasiado. Para que expulse a tiempo sus toxinas, controle a sus enemigos y para que mantenga encendidas las hogueras del entusiasmo y de la generosidad que habita en la utopía. Es por ello que tenemos la tarea de comenzar a diseñar una nueva modernidad, una modernidad del siglo XXI, paralela e hija del socialismo del siglo XXI, que evite repetir los errores catastróficos del viejo, arcaico modernismo del siglo XX, e invente, al estilo robinsoniano, una modernidad joven pero sabia, respetuosa del planeta, consciente y humilde, pero a la vez atrevida y ambiciosa.

La ciudad es hoy la demora de todos. La humanidad ha decidido, por razones que ya pertenecen a la historia reciente, habitar en la ciudad. Con un proceso inflacionario gigantesco, la urbanización se ha hecho planetaria. Y las ciudades, incluidas las que se fundaron en el viejo, fracasado socialismo de estilo soviético, son un desastre, un escándalo contradictorio, a la vez humillante y emocionante, decadencias ofensivas y superposiciones de milagros luminosos, pero desastre al fin.

Las ciudades, modernas evidentemente, hechas de desperdicios, se comen a sí mismas todos los días, en un flujo enfermizo y pernicioso de lujos inventados y exclusivos. Restos de las luchas sociales, instrumentos mellados y a veces irrecuperables del egoísmo humano, las ciudades actuales tendrán que ser readaptadas a las nuevas exigencias de los cambios de formas de energía y de las nuevas relaciones de trabajo y de producción.

Por supuesto, un experimento como el que estamos abordando desde hace 10 años, que obliga saltar a una nueva modernidad, la del siglo XXI, también implica pensar, planificar y construir una nueva ciudad.

De una vez por todas, esta tendrá que ser orgánica, humana por razón y sentimiento, amable para absolutamente todos.

Las razones de la justicia social y del respeto por la naturaleza tendrán que prevalecer: ciudades modelo, compactas, verdes, alegres, imaginativas, llenas de oportunidades para los niños y los ancianos, para el trabajo, la educación y la recreación de los adultos.

MODERNIDAD O MODERNIZACIÓN
 Éstas no podrán ser sino radicalmente nuevas, rescatando los valores de racionalidad y de humanismo que estaban insertados en la base de la revolución de las luces y que fueron triturados por los mecanismos del mercado. La que debemos inventar es la modernidad del siglo XXI. A pesar de la audacia indispensable para su construcción, ciertamente no será semejante a la de los disparates patéticos que los arquitectos y urbanistas del stars system están sembrando, donde la irresponsabilidad del derroche se une a la imprudencia del exceso. Únicamente con una reorganización de la sociedad, fundamentada en los valores y en los principios de la solidaridad humana, es que se podrá tender un puente por encima de este barranco que se nos está abriendo bajo los pies. Un puente que se llama socialismo del siglo XXI. Un experimento que puede salvarnos.

Tiempos voraces

"El Metrocable atenderá las zonas más deprimidas de la ciudad". Es el titular de un artículo publicado el 6 de enero de 2008. Sigue ofreciendo que la experiencia de San Agustín del Sur será extrapolada a otros sectores populares y que el Metrocable de San Agustín se inaugurará en algún momento del segundo semestre de 2008.

Posteriormente se dijo que comenzaría a funcionar en febrero de 2009. Luego, largo silencio. Algo similar, quizás con más retrasos todavía, sucede con BusCaracas, la gran solución que todos esperamos para el transporte público en Caracas. Es una constante. La ejecución de las obras públicas duplica, triplica, cuadruplica el tiempo de ejecución estimado. La mayor parte de los conjuntos de viviendas, grandes o pequeños, no escapan de los inmensos retrasos. Cierto que hay excepciones, el viaducto de la autopista Caracas-La Guaira es una. En Venezuela lo que debería ser normal, es decir, que se cumplan los tiempos programados, es lo excepcional. Lo que debería ser excepcional, que se produzcan retrasos, grandes retrasos, enormes retrasos, pasa a ser lo normal en nuestro país. ¿Por qué sucede eso? Falta de planificación, falta de seguimiento, falta de control, ¿imposibilidad de ponerle seriedad a las cosas? Sólo que los charnequeros deben ver con aire de burla y mucha frustración los vagones del Metro que dan vuelticas, vacíos, alrededor de Parque Central, sin atreverse a subir el cerro.




© Copyright 2009.
Cadena Capriles C.A.
Todos los Derechos Reservados

No hay comentarios:

Publicar un comentario