Alejandro López / Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com
¿Qué diablos pasa con La Carlota?
Con la propuesta de un gran parque en La Carlota está
pasando algo que se ha convertido en un procedimiento demasiado frecuente. Se
toma una decisión, es decir, el Presidente de la República, máxima autoridad de
la nación, elegido de manera absolutamente democrática (hay que recordárselo
todo el tiempo al oposicionismo, que no siga con la misma tonta cantaleta, que
se mire en el espejo de las llamadas democracias occidentales y compare) toma
una decisión, pasa el tiempo…, y no se ejecuta nada de lo decidido. A veces
ocurre inclusive algo opuesto a las intenciones de los decretos
correspondientes.
Es el caso de La Carlota: tanto alboroto aquí y allá,
en las filas del gobierno revolucionario y en la oposición. Todos
aparentemente de acuerdo -insólito pero cierto- en que es excelente desde todo
punto de vista, la conversión de la base aérea en un parque unido al Parque del
Este, manteniendo a la vez las condiciones para situaciones de emergencia, que
en Caracas no son infrecuentes… y después de años, no ha pasado nada. Por el
contrario, los chismes corren, que si están construyendo oficinas, laboratorios
y viviendas, que si los chinos de noche…etc.
Doble error. Uno, no proceder a concretar en la
práctica una decisión de enorme valor urbano, ecológico y político. Y dos, no
informar pública y democráticamente, las razones de la demora, fomentando así
toda una selva de dudas, temores y acusaciones.
No hay excusas posibles. El parque de La Carlota es
una categórica necesidad para Caracas. De hacerse este año, sería una magnífica
celebración del Bicentenario. La decisión ha sido tomada y expresada
públicamente por el Presidente.
Y entonces ¿qué diablo pasa? ¿Habrá que creer que hay
gato encerrado? ¿Un gato boliburgués?
Es un hecho indiscutible: ha aumentado y sigue aumentando la temperatura en nuestros centros habitados. No vamos a repetir lo que todos saben y miden por experiencia. Las causas son conocidas de sobra: urbanización sin planificación ni control produce mayor calor. Pero ahora se agrega otro factor importante y determinante: el cambio climático. El cambio para peor, que nos encasquetan los muy civilizados países “industrializados y desarrollados”. Gracias a ellos, y a los países “emergentes” que los imitan ciegamente, el calor va a seguir subiendo. Las estadísticas hablan claro, y el gobierno las tiene. En Caracas, por ejemplo, la temperatura en las últimas décadas ha subido más de cuatro grados. Y VA A SEGUIR SUBIENDO sin ninguna duda. Los especialistas han indicado algunos remedios. Entre ellos, el de aprovechar las extraordinarias condiciones del trópico, para llenar de verde, árboles y arbustos, a todas las ciudades, corrigiendo el “efecto cemento” y a la vez procurando renovar, civilizar y embellecer, calles, avenidas, plazas, balcones, techos y fachadas.
En China han hecho la experiencia en uno
de los llamados “hornos” urbanos, ciudades de millones de habitantes, como es
normal en aquel monstruo de país. Sembrando árboles simultáneamente, por
decreto, cada seis metros en todas las direcciones posibles, en todos los
espacios libres, una capa vegetal universal y homogénea ha rebajado notablemente
la temperatura. Una
medida sencilla y relativamente fácil de aplicar, sobre todo si se cuenta con
la colaboración de la
población. El socialismo que buscamos debería facilitarnos
las cosas en esto también.
¿Por qué no decretar, este año, una
medida semejante para Caracas, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto, Ciudad
Guayana, en los grandes, medianos y pequeños núcleos urbanos: verde total, un
techo de sombra para todos, volver más amables nuestras ciudades tan hostiles e
ineficientes? El compañero Alí Rodríguez debe saber muy bien lo que ello podría
significar: frente a la crisis energética, reducir el calor ambiental significa
reducir el gasto energético global. Una ecuación perfecta. ¿Qué esperamos para
diseñar un plan gigantesco, que abarque todo el país, una cruzada a favor de la
sombra bienhechora para nuestras calles y nuestros edificios? ¿Cuánto puede
costar? Si a ello agregamos unas medidas muy deseables para que nuestros arquitectos
entiendan por fin, la necesidad de proteger del calor nuestras moradas, en
lugar de lucirse con necias fachadas acristaladas, ya podríamos hablar de un
efecto altamente positivo para el país.
Podría ser otra excelente idea para
celebrar el Bicentenario. ¡Venezuela verde!
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