No nos
referimos a un ente que posee la propiedad de ser invisible. Por ejemplo el hombre invisible, tantas veces protagonista de
antiguas y modernas películas, o simplemente Dios. No. Nos referimos a entes
perfectamente concretos, existentes y visibles que por una brujería son
invisibilizados, hechos invisibles contra su voluntad y su naturaleza. Esta
brujería está extensamente difundida y es utilizada universalmente. Se trata
del tipo de metonimia que consiste en hacer pasar la parte por el todo. La
utilizamos cada rato. “Los venezolanos son felices” hace invisibles a los
venezolanos que no son felices. “Estamos mal pero vamos bien” invisibiliza a
los que estamos bien y vamos mal. “No hay libertad de expresión” transforma en
invisibles a las amplias mayorías que dicen lo que les da la gana.
Esta
brujería lingüística en la mayoría de los casos se
emplea por pura comodidad y hasta con fines poéticos. Pero es un instrumento
poderosísimo de la clase dominante que lo utiliza extensivamente para convencer
de que todo marcha bien, de que nada marcha mal y de que todo debe seguir como
está. Los privilegiados con sus privilegios. El truco es hacer desaparecer lo
que está mal, los conflictos, las miserias, las marginaciones y persecuciones. Se
presenta la parte bonita, agradable como el todo y se hace desaparecer la parte
inconveniente. No se ve, no está presente, no cuenta, no importa, no existe.
Este
comentario resulta de la lectura de muy diversas publicaciones académicas, oficiales, de los medios masivos públicos y privados y de
todo tipo referidas al problema de la vivienda en el país. Tomemos el caso de
las viviendas producidas en Venezuela en los 20 años que separan los Censos de
1981 y 2001. La revista Debates, del IESA, (segundo trimestre de 2011) tiene un
extenso material sobre “Vivienda”. Establece que en esos 20 años se
construyeron 1.280.000 viviendas por el sector público y el privado. El
semanario 6to. Poder (26-06 al 03-07 de julio de 2011) da la cifra de 1.200.000
viviendas. Diversas series de Ministerios e Institutos se refieren solo a las
producidas por el sector público. Las Cámaras suelen incluir las de los
sectores públicos y privados. Las cifras más o menos coinciden.
Sin
embargo el Censo de 1981 dice que en esa fecha existían
3.060.000 viviendas en Venezuela y el de 2001 que la cifra era 6.050.000. Es
decir que en el período se construyeron 2.990.000 viviendas. Hay entonces 1.750.000
más que según la cuenta institucional. ¿Existen? ¿De dónde salieron? Las
construyeron las gentes por su propia cuenta, fuera de los controles y
estadísticas formales. Y no son ranchos. En 1981 había 492.000 viviendas inaceptables
y en 2001 490.000, es decir que todas las que se construyeron fueron
aceptables, según el Censo.
¿Existen? Por supuesto que en la realidad existen. En la mente de las clases y
dirigentes que ostentan el poder y la riqueza no existen. Son una simple
nebulosa, allá lejos en las montañas o perdidas en los horizontes lejanos. No
existen para ellos, nunca las nombran, no son una variable a tomar en cuenta
cuando se formulan políticas y planes. Se trata de que para todo el mundo sean
esa fastidiosa y nula nebulosa. Se llega a los extremos de que el Banco Central,
cuando prepara las informaciones sobre las cuentas nacionales no incluye el
valor de esas centenares de miles de viviendas construidas fuera del marco
formal.
Es
posible que la mentalidad dominante no haya cambiado en los últimos 20 años. Que los patrones de pensamiento sigan siendo los mismos. Que su
visión del país esté totalmente deformada por esa ignorancia de su realidad,
por esa invisibilidad, que les impide encontrar la ruta adecuada. Tal vez
deberían comprarle a Jack Sparrow su formidable brújula.
DESPUÉS
DE LA EUFORIA
Acabamos
de presenciar una Caracas inédita. El Bicentenario
tuvo un halo mágico. Calles, bulevares y edificios, patrimoniales o no, fueron
tomados por la alegría y el espectáculo para diversos gustos. La bailadera y la
cantadera se desparramaron, y juntaron al paseante común con ministros,
artistas y políticos. La algarabía Bicentenaria quedará como un ejemplo de cómo
la ciudad puede ser otra y como sus habitantes pueden vivir, disfrutar y
formarse con otros valores y otras expectativas. Como relacionarse entre sí,
con los otros y con la ciudad y su patrimonio histórico y moderno.
Dos reflexiones
surgen de esta fugaz e idílica ciudad: ¿cómo
sostenerla en el tiempo? y ¿qué viene después? La reinauguración de los
espacios públicos y su uso intensivo por la gente debe ser cotidiano y no, pasajero,
por cortos días. Debe ser permanente, diario, a toda hora. La segunda, tiene
que ver con la administración de la ciudad. Con la conserjería urbana. Con la
planificación.
Ambas
consideraciones convergen hacia la visión de ciudad que aspiramos y hacia la organización y manejo que debemos desarrollar para alcanzar
esa ciudad que deseamos. Atrevidamente, y con las debidas excusas, la actual
estructura de gobierno y de administración, bien sea regional, metropolitana o
municipal, en Caracas y en la inmensa mayoría de las ciudades, capitales de
estado o no, es inadecuada e ineficiente, a pesar de esfuerzos y logros
parciales y puntuales.
Venezuela
es actualmente, una casi milagrosa experiencia colectiva sin antecedentes similares. Plena de necesidades y oportunidades, de
experimentos y transformaciones, de esperanzas y realidades. De búsqueda
creativa e inteligente. La ciudad es una condición esencial del “buen vivir”
reiteradamente expresado para sustentar y estimular las misiones y estrategias
públicas, de mayor trascendencia del gobierno socialista.
Hay que
repensar lo territorial y lo urbano. Basta de la
“emergenciadera” como forma casi constante de atender a la ciudad y sus
asuntos. Tenemos que curar a la sociedad para tener ciudades sanas. ¡Tamaño
reto! Ahora, que terminó el afán celebrativo, ¿cómo mantenemos, ampliamos y
extendemos esa sabrosa Caracas, después de la euforia?
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