¡QUÉ TRONCO DE
OPORTUNIDAD!
Sin la menor
exageración, nunca antes se manifestó en el país la audaz voluntad política
dirigida a la atención de la vivienda, como se evidencia en la llamada Gran
Misión Vivienda Venezuela. Decisión acompañada con el deseo de un descomunal
esfuerzo institucional, de invertir enormes recursos y de un impresionante
estímulo para la participación colectiva en los diversos ámbitos de lo urbano,
la vivienda y la industria de la construcción popular.
Antecedentes hubo.
En los años 60, un grupo de jóvenes arquitectos e ingenieros bajo la dirección de
Leopoldo Martínez Olavarría, en el antiguo Banco Obrero (BO), ejecutó, quizás,
la experiencia urbana y habitacional popular, con mayor creatividad,
integralidad e impacto en, por ejemplo, el desarrollo de tecnologías
venezolanas, así como en la validación de enfoques y criterios de diseño urbano
y de vivienda. En los años 70, se dio otro intento, lamentablemente con menor
trascendencia. En los años 70 y 80, desde el Instituto de Desarrollo
Experimental de
No es poca cosa. La Gran Misión Vivienda
Venezuela, lanzada el pasado sábado 30 de abril, se diferencia de las
experiencias anteriores, por proponer un programa gigantesco, masivo y
ambicioso. Que envuelve a la administración pública y a los sectores privados y
comunitarios. Está lanzada como una colosal “cruzada” nacional dirigida a mover
los recursos disponibles para satisfacer las necesidades de la tercera parte de
los venezolanos. Es como construir 40 ciudades de 225.000 habitantes cada una.
40 ciudades como Valera o Guanare ¡En tan sólo siete años! Aunque a unos les disgusta,
es construir cinco “Guanares” por año, forma simplificada para visualizar lo
que se propone.
Tiene
implicaciones. Y muy relevantes. La construcción de infraestructuras y
viviendas es un motor poderosísimo para mover la maquinaria
económica-industrial y generar empleo, impactando de manera decisiva y positiva
al desarrollo social-humano, productivo-tecnológico y físico-ambiental y por
consiguiente al crecimiento y calidad de vida del país. Estudiosos constantemente
divulgan validaciones y argumentos sobre el efecto dinamizador del sector
construcción en los demás sectores nacionales. Es indicativo como los programas
de construcción o de reconstrucción impactan en un momento dado la economía y
el crecimiento de una nación. Pero además, si se aplican enfoques integrales e
innovadores en la construcción de viviendas, esta puede ser un medio que influya
y mejore, entre otros, el ordenamiento del territorio y de las ciudades, la
organización y capacitación de la población, la coordinación y transformación
de la estructura organizativa de los entes públicos y pare contar.
Debería ser más
que construir viviendas. Debe formular planes y programas nacionales,
regionales y locales. Debe reinventar a las instituciones públicas de la
vivienda. Debe racionalizar y priorizar los recursos. Debe transferir y
compartir responsabilidades y competencias. Debe masificar la organización y
capacitación popular para administrar recursos y auto gestionar la producción
de su hábitat y su techo. Debe reordenar y completar las infraestructuras y los
equipamientos deficitarios. Debe racionalizar y optimizar los procesos
productivos y constructivos de la vivienda popular. Debe aprovechar y
actualizar la avalancha de investigaciones y propuestas de diseño y de
tecnologías para el desarrollo urbano y de las edificaciones, que reposan en
organismos y universidades. Debe enseriar y masificar el cumplimiento de los
estándares sísmicos y de calidad arquitectónica.
¿Qué más? Algunas
cortas reflexiones para arquitectos sobre aristas poco reveladas hasta ahora en
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