martes, 23 de abril de 2013

AyB 270 - 05 Mayo 2011

AyB 270 - 05 Mayo 2011









¡QUÉ TRONCO DE OPORTUNIDAD!


Sin la menor exageración, nunca antes se manifestó en el país la audaz voluntad política dirigida a la atención de la vivienda, como se evidencia en la llamada Gran Misión Vivienda Venezuela. Decisión acompañada con el deseo de un descomunal esfuerzo institucional, de invertir enormes recursos y de un impresionante estímulo para la participación colectiva en los diversos ámbitos de lo urbano, la vivienda y la industria de la construcción popular.
Antecedentes hubo. En los años 60, un grupo de jóvenes arquitectos e ingenieros bajo la dirección de Leopoldo Martínez Olavarría, en el antiguo Banco Obrero (BO), ejecutó, quizás, la experiencia urbana y habitacional popular, con mayor creatividad, integralidad e impacto en, por ejemplo, el desarrollo de tecnologías venezolanas, así como en la validación de enfoques y criterios de diseño urbano y de vivienda. En los años 70, se dio otro intento, lamentablemente con menor trascendencia. En los años 70 y 80, desde el Instituto de Desarrollo Experimental de la Construcción (FAU-UCV), parte de los jóvenes del BO continuó desde la investigación y la experimentación práctica, lo iniciado en los años 60. En los 80, 90 y principios de este siglo, otra experiencia relevante fue la llamada Asociación Alemo, en honor a Martínez Olavarría, en la cual se conciliaron en proyectos pilotos, la gestión pública con la privada, la comunitaria y la de investigación y desarrollo. Casi 50 años, sin mencionar otras individualizadas, de iniciativas colectivas desde el sector público y universitario para dar respuesta efectiva y sustentable a las realidades urbanas y habitacionales. Acompañada de un enfoque integral en el cual la vivienda es un medio para resolver una necesidad pero también una vía de estímulo y de desarrollo industrial y tecnológico, de formación y capacitación universitaria y técnica, y de organización institucional y comunitaria. Fueron iniciativas de limitado impacto.

No es poca cosa. La Gran Misión Vivienda Venezuela, lanzada el pasado sábado 30 de abril, se diferencia de las experiencias anteriores, por proponer un programa gigantesco, masivo y ambicioso. Que envuelve a la administración pública y a los sectores privados y comunitarios. Está lanzada como una colosal “cruzada” nacional dirigida a mover los recursos disponibles para satisfacer las necesidades de la tercera parte de los venezolanos. Es como construir 40 ciudades de 225.000 habitantes cada una. 40 ciudades como Valera o Guanare ¡En tan sólo siete años! Aunque a unos les disgusta, es construir cinco “Guanares” por año, forma simplificada para visualizar lo que se propone.
Tiene implicaciones. Y muy relevantes. La construcción de infraestructuras y viviendas es un motor poderosísimo para mover la maquinaria económica-industrial y generar empleo, impactando de manera decisiva y positiva al desarrollo social-humano, productivo-tecnológico y físico-ambiental y por consiguiente al crecimiento y calidad de vida del país. Estudiosos constantemente divulgan validaciones y argumentos sobre el efecto dinamizador del sector construcción en los demás sectores nacionales. Es indicativo como los programas de construcción o de reconstrucción impactan en un momento dado la economía y el crecimiento de una nación. Pero además, si se aplican enfoques integrales e innovadores en la construcción de viviendas, esta puede ser un medio que influya y mejore, entre otros, el ordenamiento del territorio y de las ciudades, la organización y capacitación de la población, la coordinación y transformación de la estructura organizativa de los entes públicos y pare contar.

Debería ser más que construir viviendas. Debe formular planes y programas nacionales, regionales y locales. Debe reinventar a las instituciones públicas de la vivienda. Debe racionalizar y priorizar los recursos. Debe transferir y compartir responsabilidades y competencias. Debe masificar la organización y capacitación popular para administrar recursos y auto gestionar la producción de su hábitat y su techo. Debe reordenar y completar las infraestructuras y los equipamientos deficitarios. Debe racionalizar y optimizar los procesos productivos y constructivos de la vivienda popular. Debe aprovechar y actualizar la avalancha de investigaciones y propuestas de diseño y de tecnologías para el desarrollo urbano y de las edificaciones, que reposan en organismos y universidades. Debe enseriar y masificar el cumplimiento de los estándares sísmicos y de calidad arquitectónica.
¿Qué más? Algunas cortas reflexiones para arquitectos sobre aristas poco reveladas hasta ahora en la Gran Misión Vivienda Venezuela. Hay que hacer un gran esfuerzo por el diseño y la calidad de urbanizaciones y viviendas. Hay que eliminar para siempre el “orden cerrado” que las caracteriza. Es decir, “plantar” casas y edificios en formación lineal, equidistante, monótona e ineficiente desde todo punto de vista. Apliquemos esquemas de conjuntos que fortalezcan y propicien la organización y las relaciones comunitarias. Que optimicen y racionalicen las redes de vialidad y servicios. Hay formas de hacerlo. Igual con las viviendas. Estas deben responder a las determinantes climáticas y funcionales. La ventilación es clave. Lavar y secar la ropa es necesario. Basta de aire acondicionado y de ropa en las ventanas (o secadoras). La tecnología para producir y construir las viviendas es otro elemento sustancial. Si de verdad creemos en la auto gestión, que el 26 % de las viviendas las van a construir las comunidades, la tecnología requerida es muy distante de la que prevalece hoy. Es un tema a tratar con urgencia y desarrollar tipos y procesos productivos apropiables por la gente. Hay que reinventar el diseño y los procesos constructivos. Es esencial alcanzar la meta de dos millones de hogares, pero la calidad es vital. Es lo que nos diferenciaría del pasado. Si no, se reproducirá lo que tanto criticamos: ideas y viviendas pobres para los pobres.



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