AyB 210 - 18 Febrero 2010
AyB 210 - 18 Febrero 2010
Aceras y
Brocales jueves 18 feb 2010
A López y
A Roffé
Dos detonantes
Hay acciones impactantes que
desencadenan procesos. En un programa de barrio, por ejemplo, es diferente
pintar las viviendas a suministrar a sus habitantes capacitación, asistencia
técnica y recursos. En el primer caso, se maquilla la realidad, pero la pobreza
y la vulnerabilidad permanecen. En el segundo, al confiar en la gente, se
dispara un proceso de cambio radical movido por la capacidad y creatividad
popular. Dos de esas acciones podrían tener insospechados éxitos para producir
nuevas viviendas y atenuar la vulnerabilidad sísmica en los barrios.
Primero, urbanizar masivamente.
Habilitar tierras en las regiones prioritarias de desarrollo, como la faja del
Orinoco, mediante grandes parcelamientos bien diseñados, nunca en "orden
cerrado". En los cuales se ofrezcan parcelas, y con asistencia técnica y
financiamiento, las familias construyan sus viviendas progresivamente. En un
inicio, por ejemplo, 2 habitaciones con cocina y baño. Luego, gradualmente
ampliaciones según necesidades y cambios familiares. Obvio, los parcelamientos tendrán
agua, luz, vialidad, transporte, gas, y por supuestísimo, simoncito,
ambulatorio, mercado, parque, espacios comunitarios, culturales y deportivos y
pequeños centros de producción. Así podría desatarse un inédito y creativo
proceso de construcción popular según expectativas, deseos, necesidades y
capacidades. Con esta estrategia se atiende a muchas más familias y en menor
tiempo. Los programas convencionales gastan enormes recursos y tiempo, las
viviendas son caras y sacrifican calidad, servicios y equipamientos.
Segundo, reforzar la vivienda en los barrios. Un extendido programa que asegure la estructura de las viviendas y
estabilice los terrenos, adecuándolos para resistir sismos. En este programa,
igual que en el anterior, el gobierno asume las obras complejas: estabilizar
suelos, vialidad y equipamientos y la gente con asistencia técnica y recursos,
el refuerzo estructural y los servicios. Originemos aluviones populares en
lugar de maquillaje efectista.
Volver a
la racionalidad
Ahora que el tren de la
realidad nos está arrollando, que se apagan los bombillos, es tiempo de volver
a la racionalidad.
Buena parte del enorme despilfarro de energía que nos amenaza
con estar cortándonos la vida, proviene de nuestra irracionalidad, de nuestra
manera absurda de manejarnos en el territorio, de nuestra irrefrenable manía de
imitar culturas ajenas. Se nos olvidó lo que significa un alero, lo beneficioso
de un patio, el inestimable valor de un corredor abierto a las brisas, la
satisfacción de la ventilación transversal. En el trópico, bajo el calor de
esta estrella cercana que llamamos Sol, hay formas tradicionales, ajustadas
durante siglos por la sabiduría popular y culta (más por la popular que por la
otra), de orientar una vivienda, de proteger una ventana de la lluvia sin
taponar la brisa, de construir, en resumen, según ciertas leyes del sentido
común. No hace falta reclamar los consejos de los grandes arquitectos del mundo
occidental: más conviene regresar a la base de lo orgánico y de la vida
natural. Es la ventaja que tenemos en el trópico: con muy poco podemos tener
una buena vida. Porque afortunadamente todavía tenemos un paisaje maravilloso,
un mar y unos ríos estupendos, una vegetación mágica, un clima aprovechable
todo el año. Y también, por supuesto, algunos picos meteorológicos y geológicos
que pueden asustar, terremotos y ciclones, por ejemplo. Pero para ellos,
también tendríamos que saber cómo comportarnos. Circunstancias excepcionales,
en todo caso. Es en la vida rutinaria donde fallamos estrepitosa y
lamentablemente. Maracaibo, por ejemplo, no estaría en apuros de electricidad
si se hubiese dado cuenta a tiempo de que entre el facilismo del aire
acondicionado a todo meter y la facilidad de la buena orientación, el buen uso
de los materiales y el uso inteligente del diseño, hay una gran diferencia
energética. Pero lo mismo vale para todas nuestras ciudades, para todos (o
casi) nuestros arquitectos, y para buena parte, hay que decirlo también, de
nuestro pueblo, que durante generaciones, ha sido víctima del mismo proceso de
aculturización negativa. Ahora pagamos las consecuencias.
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