jueves, 4 de abril de 2013

AyB 199 - 05 Noviembre 2009

AyB 199 - 05 Noviembre 2009

Ultimas Noticias | Jueves 05 de Noviembre de 2009


Alejandro López Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com

Dos



Dos horas en una cola para recorrer 200 metros, dos cuadras. Fastidio, impaciencia, inquietud, disgusto, irritación, indignación, exasperación, ira, cólera, rabia, furia, la máxima felicidad, terror, angustia, depresión, frustración, amargura, desesperación, desolación.

Esa experiencia la han sufrido y la sufren con frecuencia todos los caraqueños, casi todos los días, ricos y pobres, chavistas y escuálidos pasan por el mismo calvario. ¿Dónde está la calidad de vida? Según los expertos, la velocidad promedio en Caracas en 2008 fue de 7 km/h; la estimación actual es de 6,2 km/h.

Lo normal es pasar alrededor de tres horas diarias metidos en el tráfico. Cuando hay suerte, dos horas; cuando no, se llega a las cuatro o cinco horas.

20% de las horas hábiles diarias, 20 % de la vida. A los 30 años, un caraqueño ha perdido seis años en el tráfico. Abominable, increíble. La tortura, el tormento, el martirio, la agonía todos los días del mundo.

El infierno en la tierra. La eternidad sin salvación. "¡Perded toda esperanza vosotros que os metéis en un medio de transporte!". ¿Toda esperanza? ¡No, no es posible! En esta página hemos abogado muchas veces porque se implemente, como única posibilidad, un buen sistema de transporte público masivo que disminuya el número de viajes individuales y la congestión. Pero eso puede tardar años y años.

El ejemplo BusCaracas es aleccionador. ¿Y entre tanto qué? ¿Alimentar la neurosis colectiva y la violencia mortal como válvula de escape? Todavía creemos que hay algunas reservas de inteligencia, de racionalidad y de voluntad de servicio público que podrían implementar algunas medidas pequeñas, muchas, que nos permitan pasar del Infierno al Purgatorio. Hay muchas, algunas generales y otras muy particulares y específicas de cada situación. Por ejemplo, entre las generales, restablecer el pintado de cuadrados en los cruces, donde se prohíba entrar al cuadrado para quedarse allí, entrar sin tener la seguridad de salir por el otro lado. Es normal que los que van de sur a norte se paren en las intersecciones e impidan el paso de los que van de este a oeste.

Si son dobles vías, el nudo crece y se expande geométricamente a las esquinas vecinas, lo cual provoca nudos en todas partes, zonas enteras trancadas sin remedio. Pero la prohibición hay que implantarla con medidas muy represivas, como remolque y cárcel, que requieren fiscales y policías. Lamentablemente, esos no aparecen por ninguna parte o no ejercen correctamente su autoridad.

La máxima felicidad.

Otra que ni siquiera requiere represión es tapar los cráteres volcánicos y las alcantarillas rotas que cierran canales por todas partes. No se necesita, en verdad, demasiado cacumen; bastaría con cierta voluntad política de mejorar, aunque fuera en niveles mínimos, la tantas veces mentada y tantas veces ausente calidad de vida.

Partes sin el todo

Cada día, como una epidemia imparable, surgen nuevas ideas, acciones o decretos relacionados con la vivienda: Ley de Tierras Urbanas, plan Barrio Nuevo Tricolor (72 campamentos y Bs 140 millones), viviendas nuevas con proyectos socioproductivos (en principio 12 mil en el país), compra de cementeras, convenios internacionales para fábricas de insumos, transferencia tecnológica de sistemas constructivos y construcción de viviendas, congelación de alquileres hasta abril de 2010, regulación de precios de viviendas (Bs 2.000 por m²), compra de edificios alquilados, declaración de bienes de interés cultural, y así muchas más. Todas esas iniciativas son loables, necesarias e imprescindibles a pesar de sus posibles deficiencias y limitaciones; pero el asunto está en que deben formar parte de una estrategia, de un plan, de una política. ¿Dónde está esa política? ¿Cuál es el problema de la vivienda? ¿Cuáles son las prioridades? ¿Cuál es el plan nacional? ¿Cuáles son los objetivos y las metas? ¿Qué se ha hecho, qué hemos obtenido, qué hemos fracasado, dónde estamos hoy? ¿Qué debemos rectificar y cómo? ¿Qué debemos reimpulsar? ¿Cómo responde el equipo responsable? Lo urbano y la vivienda siguen sin rumbo. Pareciera que se asumen ideas sueltas y se aplican sin una política ni una estrategia. ¡Cuidado! La sumatoria de acciones diversas y convenientes pero desestructuradas crea la ilusión de un camino que resuelve y resulta que es sólo una distracción que al entenderla puede ser tarde.

El decreto del Instituto Nacional de Patrimonio


El decreto emanado por el ÍPC ha levantado una polvareda.

Todos los defensores a ultranza de la propiedad privada han puesto el grito en el cielo. Aupados por los mejores representantes de la oligarquía caraqueña, abogados, urbanistas e inversionistas, coaligados en una santa alianza de difusión de miedos y amenazas, han estado vociferando: "¡Ahí viene el comunismo para quitarles a los pobres propietarios de apartamentos su legítimo derecho a vender y comprar!".

Lo que es una operación, perfectamente civilizada, de protección de la memoria patrimonial de la ciudad, se la confunde y malinterpreta para asustar a los sectores más débiles, ideológicamente hablando, de la sociedad urbana actual.

No se le está quitando nada a nadie, simplemente se está garantizando que por lo menos algunas partes de la ciudad no sigan entrando dentro de esa maquinaria demoledora y destructora que es característica tan criolla de la libertad absoluta de inversión inmobiliaria; lo que se hace desde hace siglos en cualquiera de esas ciudades del capitalismo más acendrado que tanto señalan como mecas de las libertades ciudadanas. Pero aquí, a medidas tan tibias como esta, nuestra peculiar oposición las califica de atentadora de los sagrados principios de la propiedad privada. ¿Que hay aspectos del decreto que deben ser aclarados? ¿Que habrá que ver cómo adecuar inteligentemente las necesarias modernizaciones y revitalizaciones? Sin duda alguna, pero esa será una discusión que únicamente podrá realizarse con las comunidades, que sí saben entender cuáles son sus verdaderos intereses, y no con las mafias hipócritas de los destructores de ciudad.


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