martes, 9 de abril de 2013

AyB 215 - 25 Marzo 2010

AyB 215 - 25 Marzo 2010

Alejandro López y Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com


Atentado al patrimonio


(Una torpe provocación de la derecha)


 
Para toda persona con un mínimo de conciencia política, está claro que el sistema capitalista como tal lleva en su seno, en su forma inevitable de ser, las semillas de la violencia. Con infinitas formas de represión y de prácticas de injusticia, produce y reproduce permanentemente la violencia aun cuando, con la hipocresía que lo caracteriza, lo niegue y se disfrace de demócrata y liberal. Toda injusticia es, en sí misma, una forma de violencia.

Así anda el mundo desde unos cuantos siglos. Y el último, siendo especialmente pródigo en hechos de extraordinaria violencia, se ha llevado el récord. Dicho esto, está igualmente claro que toda violencia estimula y genera reacciones, igualmente violentas. Pero de allí a sostener que toda acción violenta contra el sistema está justificada hay un largo trecho. Hay que distinguir, hay que detallar cuidadosamente. Quien le entre a tiros a los niños inocentes de una escuela no tiene derecho a escudarse detrás de la existencia de la injusticia general o particular.

Bien diferente, desde luego, y muy justificada, es la reacción de los hombres y mujeres palestinos frente a la increíble opresión israelí. Distinguir, pues. Y ello es lo que debe hacerse frente al desgraciado, reciente atentado contra el edificio del Rectorado de la Universidad Central. Encapuchados, bombas molotov, terror nocturno. ¿Qué sentido tiene todo esto, tomando en cuenta el factor trascendente de que el campus de la Central es Patrimonio de la Humanidad y todo daño que se le infiera es un daño que se le está haciendo al corazón cultural de Venezuela?

No hay sino dos respuestas. La primera es la que le atribuye la responsabilidad de la acción a grupúsculos supuestamente de izquierda, totalmente anarquizados, que pretenden así protagonismo político. Hay también quien sostiene, con solemne desfachatez, que es el mismo gobierno revolucionario que subrepticiamente organiza ese terrorismo patrimonial.

La segunda es que esa responsabilidad se le atribuye a grupúsculos de la derecha más recalcitrante con la finalidad de que se le cargue al gobierno o a sus simpatizantes semejante disparate político.

Si se atiende a la primera explicación, no puede descartarse que en el contexto actual, de evolución tan complicada, puedan ocurrir deslices irresponsables. No parece sin embargo que este sea el caso.

Ni las formas de realización ni las consecuencias esperadas se corresponden con la manera como actúa el gobierno bolivariano ni a sus líneas políticas. Bien estúpido el dirigente que organice un miserable atentado contra los bienes de la universidad para crear simpatías a la revolución. Únicamente quien no posea el más mínimo sentido político y que esté ciego frente a la realidad puede siquiera pensar en atribuirle a la revolución bolivariana semejante hazaña.

La historia mundial está repleta de ejemplos, grandes, medianos y pequeños, de provocaciones -a veces criminales- que pretenden atribuirle al adversario acciones terroristas. El discutido ejemplo de los nazis con el incendio del Reichstag es uno de los casos más conocidos. Basta entonces, como en casos semejantes, preguntarse a quién beneficia el atentado contra las oficinas del edificio del Rectorado.

Todo por lo tanto tiende a señalar ese ataque como un intento, muy balurdo y mezquino por cierto, de desprestigiar al Gobierno.

El Patrimonio Cultural Mundial de la UCV, y que es de todos los venezolanos, de ayer de hoy y de mañana, hay que respetarlo. Pero la mejor manera de hacerlo no es sumergiéndolo en la diatriba doméstica de las bombas molotov o cerrando sus puertas y ventanas a la historia. A la actual dirigencia universitaria todavía podría tocarle la tarea de volver a encontrar un camino de honestidad cultural y de dignidad académica para rescatar el antiguo prestigio de la UCV. Una senda que rodee a su patrimonio con la seriedad y la trascendental responsabilidad histórica de ponerse al servicio de los grandes intereses del país.

Del país de verdad, el que no parecen conocer, el que está, con enormes dificultades internas y externas, y contra una infeliz oposición, sufriendo los dolores de parto de una mejor sociedad.

 

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