Alejandro López y Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com
Atentado al
patrimonio
(Una torpe provocación de la derecha)
Así anda el mundo
desde unos cuantos siglos. Y el último, siendo especialmente pródigo en hechos
de extraordinaria violencia, se ha llevado el récord. Dicho esto, está
igualmente claro que toda violencia estimula y genera reacciones, igualmente
violentas. Pero de allí a sostener que toda acción violenta contra el sistema
está justificada hay un largo trecho. Hay que distinguir, hay que detallar
cuidadosamente. Quien le entre a tiros a los niños inocentes de una escuela no
tiene derecho a escudarse detrás de la existencia de la injusticia general o
particular.
Bien diferente,
desde luego, y muy justificada, es la reacción de los hombres y mujeres
palestinos frente a la increíble opresión israelí. Distinguir, pues. Y ello es
lo que debe hacerse frente al desgraciado, reciente atentado contra el edificio
del Rectorado de la Universidad
Central. Encapuchados , bombas molotov, terror nocturno. ¿Qué
sentido tiene todo esto, tomando en cuenta el factor trascendente de que el
campus de la Central es Patrimonio de la Humanidad y todo daño que se le
infiera es un daño que se le está haciendo al corazón cultural de Venezuela?
No hay sino dos
respuestas. La primera es la que le atribuye la responsabilidad de la acción a
grupúsculos supuestamente de izquierda, totalmente anarquizados, que pretenden
así protagonismo político. Hay también quien sostiene, con solemne desfachatez,
que es el mismo gobierno revolucionario que subrepticiamente organiza ese
terrorismo patrimonial.
La segunda es que
esa responsabilidad se le atribuye a grupúsculos de la derecha más
recalcitrante con la finalidad de que se le cargue al gobierno o a sus
simpatizantes semejante disparate político.
Si se atiende a
la primera explicación, no puede descartarse que en el contexto actual, de evolución
tan complicada, puedan ocurrir deslices irresponsables. No parece sin embargo
que este sea el caso.
Ni las formas de
realización ni las consecuencias esperadas se corresponden con la manera como
actúa el gobierno bolivariano ni a sus líneas políticas. Bien estúpido el
dirigente que organice un miserable atentado contra los bienes de la
universidad para crear simpatías a la revolución. Únicamente quien no posea el
más mínimo sentido político y que esté ciego frente a la realidad puede
siquiera pensar en atribuirle a la revolución bolivariana semejante hazaña.
La historia
mundial está repleta de ejemplos, grandes, medianos y pequeños, de
provocaciones -a veces criminales- que pretenden atribuirle al adversario
acciones terroristas. El discutido ejemplo de los nazis con el incendio del
Reichstag es uno de los casos más conocidos. Basta entonces, como en casos
semejantes, preguntarse a quién beneficia el atentado contra las oficinas del
edificio del Rectorado.
Todo por lo tanto
tiende a señalar ese ataque como un intento, muy balurdo y mezquino por cierto,
de desprestigiar al Gobierno.
El Patrimonio
Cultural Mundial de la UCV, y que es de todos los venezolanos, de ayer de hoy y
de mañana, hay que respetarlo. Pero la mejor manera de hacerlo no es sumergiéndolo
en la diatriba doméstica de las bombas molotov o cerrando sus puertas y
ventanas a la historia. A
la actual dirigencia universitaria todavía podría tocarle la tarea de volver a
encontrar un camino de honestidad cultural y de dignidad académica para
rescatar el antiguo prestigio de la
UCV. Una senda que rodee a su patrimonio con la seriedad y la
trascendental responsabilidad histórica de ponerse al servicio de los grandes
intereses del país.
Del país de
verdad, el que no parecen conocer, el que está, con enormes dificultades
internas y externas, y contra una infeliz oposición, sufriendo los dolores de
parto de una mejor sociedad.
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