Aceras y Brocales
Alejandro López - Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com
ATORNILLAR LA ESPERANZA
1 Tener acceso a una vivienda cómoda, fresca,
iluminada, segura ante sismos y otros eventos naturales, bien ubicada, con todos
los servicios, próxima a los equipamientos urbanos básicos y estéticamente
lograda, es para las mayorías un asunto de mucha importancia y expectativa. Lamentablemente
sólo pocos la disponen.
Ante la incapacidad pública y privada desde hace siglos,
léase bien, siglos, no años, la gente, las personas, las familias, han
“resuelto” como han podido sus necesidades de cobijo. Las ciudades
latinoamericanas han sido construidas, densificadas y requeteconstruidas, y hoy
son lo que conocemos, por el inmenso esfuerzo y coraje de una población que ha
necesitado “urbanizarse” y lo ha hecho con sus capacidades y su cultura.
2 Cuando la vivienda pasó a ser una
responsabilidad institucional, irrumpió la quimera de que todos obtendrían una y
de calidad, en un tiempo ni tan prudencial. Desde el siglo pasado, quizás con
intensidad desde los años 40 y 50 en adelante, los venezolanos viven con la ilusión
de obtener una vivienda producida por otros, bien sea pública, por los
traficantes de las ingenuidades populares, o bien privada, por los mercaderes
de la tierra y de la
construcción. Unos y otros han sido sepultureros de las esperanzas
y sueños de las grandes mayorías. Por lo que ellos, las mayorías, han seguido
construyendo ciudades a través de sus peculiares formas y métodos
constructivos, que no son más que ocupando tierras y urbanizándolas con sus
precarias condiciones y levantando paredes y techos con igual limitaciones de
recursos técnicos, materiales y económicos. Y así tenemos miles de ciudades en
todo el continente.
3 Imaginemos por unos momentos como serían
hoy las metrópolis si ellos, las mayorías, hubieran tenido a su alcance el
conocimiento, las destrezas, la tierra, los materiales y demás factores de la producción. Fácil
respuesta, tendríamos definitivamente otras urbes y sin eufemismos, es decir,
sin cinturones de miseria, sin barrios, en fin sin la injusta e insostenible distribución
espacial y de los beneficios y amenidades urbanas, que hoy predominan en los asentamientos
y que representan unos de los retos más importantes de estos tiempos de cambios
y transformaciones profundas y necesarias.
4 ¿Pero qué hacer? La realidad es que las
necesidades urbanas y de vivienda son posibles satisfacerlas sólo en forma
gradual. Es imposible para la mayoría obtener una vivienda ya y para todas las
etapas de la vida. Es
imposible ya, porque producir la vivienda, entendida en su acepción más amplia,
es decir, con servicios, cercana o con facilidades de transporte a los
equipamientos, resistente a fenómenos naturales, etc., toma un tiempo. Desde
que se formula un programa hasta que se obtiene la tierra y todos los demás
factores de la producción, eso requiere al menos meses. Y en esos meses sólo se
pueden producir limitadas cantidades de viviendas. Por tanto para atender a
unas 120 mil familias nuevas cada año, más sustituir o habilitar o rehabilitar,
las viviendas ya construidas, supongamos unas 120 mil viviendas adicionales
también por año, resulta que habría que cumplir anualmente con unas metas,
claramente insuficientes para los millones de necesidades que registran las
estadísticas cualquiera que fuera su fuente.
5 Si además es el gobierno quien las debe
proveer, resulta obvio que el problema es de grandes proporciones y
complejidades. Por ello, en este momento de un nuevo impulso al sector urbano y
de la vivienda, hay que reinventar el enfoque y formular diferentes estrategias,
una para cada “tipo” de necesidades. No es lo mismo las necesidades de vivienda
para unos jóvenes recién casados que para una familia de 5 hijos, ni la de un goajiro
a la de un oriental, ni la de un poeta a la de un pescador. La vivienda debe
ajustarse a los cambios de una persona y de su familia o grupo. A sus
expectativas, recursos, intereses, sueños.
6 En Venezuela aún hoy, hay quienes con
unas gríngolas de lujo declaman públicamente que la vivienda debe ser en
propiedad personal. Otros o esos mismos pontifican que deben ser de 3
habitaciones y 70 m2. Otros que deben ser apartamentos. Otros que deben ser
casas. Y pare de contar. ¡Jamás! Por el contrario, debe haber de todo,
viviendas de alquiler, propia, de 30, de 60, de 150 m2, apartamentos, casas, de
materiales ligeros, de materiales pesados. Es más, la vivienda debe concebirse,
y ello es viable en muchos aspectos hoy en día, que unas puedan transformarse
según las necesidades y debe poder crecer, decrecer, otras trasladarse de
sitio, otras ser propia, y pasar a ser alquilada o viceversa. Hay experiencias
en Venezuela, incluso muy recientes, de viviendas progresivas (que se amplían y
luego se subdividen), que son de alquiler y pueden ser vendidas, etc. Tenemos
un gran potencial que es desconocido, hagámoslo florecer.
7 El asunto está en cuántas de cada tipo,
en dónde, en qué forma se adjudican, cómo se producen, cómo se construyen, cómo
se prevé su evolución (cambios, ampliación, subdivisión, tenencia). La vivienda
es un bien social. Su concepción y estrategias para producirlas y “consumirlas”
es de vital importancia. Hoy ese es el reto.
8 ¿Pero qué tiene que ver el título con lo
antes dicho? Simplemente que la vivienda sólo estará alcance de todos, y pronto,
si la entendemos como un proceso de aliento medio y largo. Es decir, que se
deben formular políticas y estrategias para que las familias accedan a una
“porción de vivienda” ya, pero a la vivienda plena, en forma progresiva acorde
al desarrollo del país, de la población y en este caso del avance del socialismo.
En situaciones concretas, las familias deben acceder por ejemplo, a parcelas
con servicios para iniciar ellas mismas su construcción de inmediato, otras a
viviendas de alquiler hasta que tengan para cancelar una propia, otras a
viviendas de 1 dormitorio mientras no tengan hijos, otras las debe construir el
estado, otras los privados mercantiles, muchas pero muchísimas por las
comunidades organizadas, etc., etc.
9 Si ese es el sendero que comenzamos a
andar, el de la diversidad de respuestas ante la igual pluralidad de
necesidades, volverá la esperanza y la atornillaremos con cada casa que
construyamos, donde la familia sienta que aunque no sea propia lo será si lo
quiere en un futuro cercano y la cambiará si lo requiere, o si no tiene opción
de una respuesta este año, al menos en el próximo año estará, gracias a su
participación y control del proceso productivo de la vivienda, en un paso
adelante del sendero de “su” vivienda cómoda, fresca, iluminada, segura ante
sismos y otros eventos naturales, bien ubicada, con todos los servicios,
próxima a los equipamientos urbanos básicos y estéticamente lograda. La
esperanza se atornilla si la gente conoce su destino y controla los
instrumentos para alcanzarlo.
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