domingo, 10 de marzo de 2013

AyB 114 - 06 Diciembre 2007

Ultimas Noticias | Jueves 06 de Diciembre de 2007


Henrique Hernández / Alejandro López /Juan Pedro Posani / Alfredo Roffé

acerasybrocales@gmail.com


¡Y ahora sí es verdad!

En la forma más democrática posible Venezuela ha demostrado al mundo de lo que somos capaces, y ha desmentido los señalamientos de que estábamos al borde de una dictadura. Las constituciones no son eternas ni definitivas. La dinámica social origina la necesidad de los cambios y volverá a hacerlo tantas veces como lo exija en el futuro.

Urgente es discutir las causas de que la reforma fuera rechazada en el referendo. Es un proceso sano de análisis y a la vez de invalorable educación democrática. Tres causas, entre otras, son las más evidentes: no haber realizado una labor efectiva contra la corrupción y la ineficiencia, las carencias del sistema de información de la revolución que no sabe comunicar ni bien ni a tiempo y el peso tremendo del miedo provocado por la desinformación. Hay otras. Una de ellas nos toca de cerca: el no colocar correctamente entre las prioridades nacionales el grave problema urbano y el de la vivienda.

Ahora debemos dedicarnos a estudiar las opciones que abre la Constitución existente para llevar a cabo, entre otras muchas cosas, lo propuesto en la reforma: la reorganización del territorio y de las ciudades. Una tarea que desde esta página, como participantes y críticos constructivos del proceso revolucionario, continuamos con entusiasmo.

Antes de comenzar este análisis, conviene recordar algunas de las propuestas de la reforma que siguen vigentes:


En primera instancia, el asunto del poder, que se reafirma en dos niveles: más poder para el Presidente y más poder para las bases populares. No entender esta circunstancia puede desviar las nuevas iniciativas de cambios profundos. Reconozcamos, con objetividad, que dentro de la realidad de nuestras tradiciones de manejo político, únicamente una fuerte figura del Presidente está en capacidad de confrontar, orientar y determinar inmensas tareas como reorganizar el territorio, las regiones funcionales y las grandes tareas públicas de la economía social, en el sentido de las formidables transformaciones dirigidas hacia una sociedad socialista de nuevo tipo.

La permanencia de su liderazgo garantiza cambios que exigen tiempo. Y garantiza también para los venezolanos, que estamos sentados sobre gigantescas reservas petroleras, la fortaleza de una política internacional independiente frente a las amenazas aterradoras de las ambiciones de los grandes poderes globalizados.
En segunda instancia, únicamente con un tremendo incremento de poder para el pueblo, frente a sus necesidades inmediatas, visibles y constatables, será posible empujar desde abajo los cambios indispensables para alcanzar una modernización democrática y racional necesariamente socialista.

Estas dos condiciones políticas, una vez garantizada su naturaleza democrática, deberían permitir, en una maniobra de tenaza, desde arriba y desde abajo, sobrepasar los obstáculos que de manera perversa se han opuesto tradicionalmente a que tengamos un país en paz, igualdad y justicia.

Improbada la reforma constitucional, estamos obligados a desarrollar la riqueza de posibilidades y opciones de la actual, a desplegar su cultura concreta, a imaginar realidades nunca antes posibles. A forzar, incluso, su ampliación, por los hechos y en los hechos.

Dicho esto –en contra de las voces agoreras y mezquinas que, aterrorizadas por el impacto de los cambios y olvidados principios y metas defendidos en otros tiempos, ya no están en capacidad de colocarse a favor de los vientos de libertad– hay que asumir riesgos y peligros.

Una revolución, más aun si es pacífica y democrática, no puede hacerse sino con la condición humana existente. El pueblo no está compuesto ni de ángeles ni de demonios, sino de hombres y mujeres histórica y socialmente condicionados. Tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, debemos seguir adelante. Por supuesto, tratando todo el tiempo de sortear los escollos sembrados en nuestra cultura, de llenar los vacíos de la ignorancia y de aprovechar los valores que la humanidad ha sabido construir.

Vamos ahora a lo que hemos discutido siempre en esta página. Al problema de reestructurar el territorio y de volver a colocar el asunto de la ciudad en su dimensión de prioridad suprema. La Constitución actual tiene suficientes condiciones para que los ciudadanos asuman la responsabilidad y el poder de organizar sus comunidades. Se planteaba, en la reforma, que la ciudad, cualquiera que sea su dimensión, se constituyera en el organismo fundamental del territorio nacional. Argumento y perspectiva ideológica que siguen siendo absolutamente pertinentes. Con ello se traduce el hecho universal, y concreto en lo que estadísticamente se refiere a Venezuela, de que vivimos, queremos vivir y nos gusta vivir en ciudades. Como dijeran famosos estudiosos de la evolución humana, la ciudad es civilización. Pero ello no quiere decir que la condición urbana sea siempre buena y mucho menos perfecta. Las ciudades modernas están muy vivas, pero también están enfermas. En ocasiones muy enfermas. Las nuestras están lejos de ser ejemplos de buena salud. En ellas, por el contrario, se han anidado desde hace tiempo, la injusticia, la depredación de la naturaleza, la desidia, la improvisación, la fealdad y cuantos otros errores y defectos que el capitalismo subdesarrollado ha sido capaz de acumular.

Aun sin la reforma, sigue estando planteado, ahora más que nunca, un trabajo gigantesco que no debemos ni podemos eludir.

Insistimos: desde arriba, con la racionalidad y la autoridad del pensamiento ordenador, de la experiencia y la voluntad política, se deben precisar las grandes líneas que definan el sistema nacional de ciudades, el fortalecimiento integral de la infraestructura del hábitat de las comunidades. Esta es la gran misión de la planificación.

Y desde abajo, con la organización popular democrática, con los consejos comunales, con el poder legal para actuar y decidir, se deben definir los elementos concretos de intervención en función de las necesidades y prioridades que únicamente la gente conoce en su entorno inmediato. Una doble acción, desde arriba y desde abajo, con un solo criterio: el de rescatar esta tierra para el bienestar de todos. La Constitución actual permite todo esto, y las vías legislativas también. Habrá que proceder, con audacia e inteligencia, a remozar papeles y roles, a renovar nombres y personas.

Caras nuevas, juventud de edad y de espíritu, honestidad y eficiencia comprobadas, deberán corregir las gravísimas rémoras y los muchos conflictos que la corrupción y la ineficiencia, junto con la resistencia de la derecha endógena y exterior, le han acarreado hasta ahora a la revolución bolivariana. Buena parte de las causas que han conducido a la abstención estriban en tantas hermosas expectativas no cumplidas, en las ofertas que se entierran tercamente en la burocracia.

La práctica dirá si sabremos cumplir, como pueblo, con esta gigantesca tarea, y con ella cambiar casi todos los patrones de comportamiento y los hábitos culturales que heredamos desde años de explotación, manipulación
y
deformación. Dentro de ella, constructores, arquitectos, ingenieros, técnicos y obreros, todos quienes estamos involucrados en la construcción del espacio urbano y en su diseño, debemos asumir con urgencia nuestras responsabilidades históricas.


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