miércoles, 27 de marzo de 2013

AyB 161 - 13 Noviembre 2008

Ultimas Noticias | Jueves 13 de Noviembre de 2008



Henrique Hernández Alejandro López Alfredo Roffé


acerasybrocales@gmail.com

¿Cómo detonar la industria de la construcción?



Este tema es uno en los cuales, desde esta columna, hemos insistido desde hace tres años. Otros son la producción masiva de urbanismos (habilitación de tierra con servicios y equipamientos urbanos) y la consolidación de un sistema nacional de asistencia técnica (las actuales escuelas populares de construcción son medios importantes).

Si el Gobierno adelantara estos dos programas con prioridad, incluido el apoyo y estímulo a la racionalización y fortalecimiento de la capacidad productiva criolla, el asunto de la vivienda iniciaría uno de los grandes saltos en el proceso de cambios que deseamos.

¿Por qué aún no se ha aplicado una estrategia basada en estos tres programas? Lo ignoramos; pero se sienten brisas suaves que parecen indicar que habrá buen viento. En el Ministerio del PP para la Vivienda y Hábitat, parece que planean esas estrategias; lo que ignoramos también es con qué enfoque.

Una decisión detonante, es decir, que desencadene un proceso riquísimo dentro de la capacidad industrial venezolana, sería la siguiente. Imaginemos por un momento que el Gobierno central, en coordinación con los ámbitos de Gobierno regional, municipal y comunal, más los sectores privados, cooperativistas y comunitarios, formulara un plan real, viable y serio, de seis años –por ejemplo– para construir, cada año, 200 mil urbanismos, 50 mil viviendas nuevas, 50 mil remodelaciones, tantos m² de escuelas, centros de salud, bibliotecas, casas comunales, etc., plan dentro del cual se garantiza la adquisición de equis cantidades de acero, cemento, agregados, madera, cerámicas, tabiques, puertas, piezas sanitarias, etc. Además, se comprometiera el uso de tales sistemas constructivos. Si el país, es decir, nuestra industria pública, social, comunitaria y privada, contara con absoluta certeza de que tendrían destino esos tipos y cantidades de productos de la construcción, y si esa demanda se sostuviera y aumentara cada año, entonces, el potencial industrial criollo se dispararía y desarrollaría de forma inimaginable. ¿Por qué no hacer un ensayo y demostrar los efectos? Hace falta audacia, más planificación y continuidad, para garantizar una demanda constante que impulse y fortalezca nuestra industria. La urbanización y la vivienda son pilares del desarrollo social y económico. Lo hemos desperdiciado, hasta ahora.

Destructivo-constructivo


Es muy curiosa –o sintomática– la reacción de algunos dirigentes políticos cuando, junto con la crítica, que es un necesario ejercicio democrático, reciben propuestas, lo cual se llama comúnmente la "crítica constructiva". La crítica que se solicita se vuelve entonces insoportable: si la acompañan proposiciones, es entonces una manifestación de arrogancia, de presunción vanidosa o de cualquier otra categoría que pudiera poner en cuestión la "humilde" gestión de los dirigentes.

Extraña manera de entender y sobre todo de manejar los conceptos.

Ciertamente, más que de conceptos, es asunto de incoherencia política; otro problema más que hay que ir resolviendo en este proceso de avance desde abajo hacia la cultura democrática.

La calidad es condición socialista


Al comienzo de la revolución soviética, a pesar de las enormes penurias económicas y de los graves problemas políticos y militares, los dirigentes recalcaban que al pueblo, cuando se construía, había que entregarle obras de máxima calidad, pues aquél se merecía con plena justicia lo que nunca había tenido. Desde hace unos años, la importante experiencia de Medellín, pregonada en todos los tonos por los sectores conservadores ilustrados, repite exactamente el mismo eslogan: cuando se construye para los pobres, hay que hacerlo como si fuera para el country club: al mayor nivel de excelencia y calidad. ¡Cómo han cambiado los tiempos! De algo (tal vez de mucho) han servido años, décadas, de luchas populares, de conflictos, de exigencias políticas.

Pues bien, ahora también nos toca a nosotros, pues el programa socialista, con o sin su "transición" –o llámese como se quiera–, exige perentoriamente que se ponga la calidad en absoluta prioridad. Es un asunto de calidad de vida, de eficiencia urbana, de respeto democrático, y sin duda también de estética renovadora y de belleza. ¿O es que el pueblo no tiene derecho a la belleza, a una ciudad que, además de limpia y segura, sea también amable, alegre, una fiesta para los sentidos, un goce para la vista, oídos y nariz? Entendámonos, no estamos hablando de decoración, de pintar fachadas y cubrir hectáreas de murales; nos referimos al diseño inteligente de plazas y avenidas; de edificios públicos que sean admirables, de calles que les sirvan también a los niños, a los viejos y a los enamorados; de viviendas que sean mejores que las mejores aunque cuesten menos, de parques que le llenen a uno los pulmones de vida. Que todo esto es belleza de una ciudad.

Vamos a estar claros: la ciudad socialista debe corresponder a las metas y a los propósitos más altos, debe aspirar a los niveles más elevados de civilización humana, en todos los sentidos, en todas las direcciones, en todos los parámetros. No basta con una buena ciudad capitalista; la humanidad pide ahora mucho más. Es un asunto de supervivencia. De otra manera, no valdría la pena.

A ello se opone, en nuestro país, especialmente en los niveles medios de decisión, un grueso espesor de desconocimiento y de indiferencia cultural, de ausencia de conciencia y de reflexión política. Digámoslo con franqueza. Es un gran obstáculo antropológico con profundas raíces culturales, educacionales, existenciales y vivenciales. Somos así, no hay duda. Pero así como somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos, es que debemos enfrentar las condiciones y las exigencias de un inmenso salto colectivo. Podemos estar seguros de que nadie va a resolver por nosotros los problemas del camino que la historia nos ha abierto.



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