Ultimas Noticias | Jueves 25 de Septiembre de 2008 | |
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¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
Primero: Lo viejo, "Falta de planes"; Lo nuevo, "Planificación, ejecución, evaluación, planificación". Segundo: Lo viejo, "Paradigma dominante"; Lo nuevo "Nuevo paradigma: Estado facilitador-comunidad organizada". Tercero: Lo viejo, "Ausencia de mecanismos de control"; Lo nuevo, "Control total del proceso". Hasta aquí, en 2008, la situación es peor que la que existía en 2004. Cuarto: Lo viejo, "Deficientes relaciones con gobernaciones y alcaldías"; Lo nuevo, "El poder popular está incorporado en la organización". Quinto: Lo viejo, "Multiplicidad de organismos"; Lo nuevo, "Minimización de organismos". En esto, un paso se ha dado adelante. Todavía resuellan el Fondur, Vivienda Rural y otros entes, pero la agonía parece final. Las relaciones con los niveles estadales y municipales casi no existen, pero la Ley de Comunidades es una vía muy positiva si aparecen rápidamente las comunas y redes de comunas, indispensables en el ámbito de vivienda y hábitat. En el fondo de todo, un mensaje emblemático. La Misión Hábitat desapareció y ha sido sustituida por la Misión Villanueva. Si las comparamos, a los seis meses de lanzadas el resultado es la superioridad evidente de la Misión Hábitat. Planteaba políticas, planes, programas y metas que no eran precisamente ejemplares, pero había un montón de ideas en ebullición y de nuevas propuestas hacia un futuro relativamente cierto. La Misión Villanueva carece de todo: de políticas, de planes, de programas y de metas; por lo tanto, tiene muy pocas posibilidades de llegar a alguna parte. La pregunta lógica es por qué la Misión Hábitat no agarró cuerpo, se desarrolló y creció con la fuerza que presagiaba; por qué fracasó y fue sustituida de cuajo; por qué lo que podría haber sido una frondosa ceiba no pasó de raquítico arbusto. Una hipótesis podría ser que en Vivienda y Hábitat no hay misión inmediatista que valga, que se necesita tiempo porque es un organismo complejísimo y delicado. Creemos que, como en muchos casos, la presión destruyó el futuro porque no se transformaba en presente ya. De todo esto, ¿qué se saca en claro? Tal vez que cada proceso tiene su tiempo real y su tiempo histórico, y que es una gran lástima que se malogre por la falta de cuidado. Todavía hay tiempo si recurrimos al optimismo de la voluntad. Calidad vs. cantidadTodos los programas de este gobierno revolucionario deben, por razones de rigurosa coherencia ideológica, desarrollarse sobre una dimensión cuantitativa. ¿Por qué coherencia? Porque la dimensión de los pobres en Venezuela es la dimensión más grande, la que más duele, la que desde hace siglos espera justicia, igualdad, emancipación y progreso. Es a ella a la cual debe prestársele atención antes que nada. Cuando vemos, con excepción en vivienda, las cifras, las cantidades, los números, que evidencian el gigantesco esfuerzo que está realizando el Estado para construir el país al nivel de desarrollo humano que nos corresponde como pueblo –ni más ni menos que todos los demás pueblos, pero además con el valor agregado del socialismo– no hacemos sino constatar los intentos de realización de un proyecto justo históricamente. Hasta aquí, ni una duda. Pero viene ahora el otro aspecto. La calidad con que se revisten esos números, cualquiera que sea el campo en el cual aparezcan. Allí, lamentablemente, aparecen los problemas, y es allí donde es preciso hacernos una autocrítica. Porque esta revolución parece ser una revolución de los "sí, pero...". Una multitud de peros se arrastran detrás de las afirmaciones positivas, de los logros indiscutibles, de los aciertos generosos, de las buenas intenciones. Los módulos de Barrio Adentro, sí, pero...; las escuelas bolivarianas, sí, pero...; etc. La cantilena se repite una y otra vez, y casi siempre es el tema de la calidad el que aparece en discusión. Y como a esta página le toca muy de cerca cómo y de qué manera se construye la ciudad y el territorio, nos parece oportuno insistir. La calidad es tan importante como la cantidad. Mucho más si queremos hacerlo mejor de lo que el capitalismo ha sido capaz de hacer en sus momentos estelares. Marx decía que había que montarse sobre los logros del capitalismo: que había que aspirar a aprovechar sus mejores resultados tecnológicos, científicos y culturales –que sería de tontos no reconocerlos– y proceder hacia arriba, a perseguir las estrellas. Así, pues, el asunto delicadísimo de la calidad de lo que hacemos es primordial. Es por ello que nos alegra y nos estimula enormemente, cuando vemos que altos funcionarios, con vestidura de arquitectos, declaran formalmente que la calidad en la arquitectura es fundamental. ¡Ojo, la calidad de la arquitectura que hace el Estado!, a eso se están refiriendo. Se trata, entonces, de una declaración de gran importancia, porque tienen en sus manos todo el poder para volver a otorgarle calidad a lo que el Estado diseña, bien sea en las calles, en las plazas y en las avenidas, así como en todos los edificios públicos de toda tipología, viviendas, escuelas, hospitales, estaciones, etc. ¡No hay derecho, por ejemplo, a que nuestras nuevas escuelas no sean las escuelas mejor diseñadas del mundo! Es un enorme reto: ¡la ciudad y la arquitectura del socialismo del siglo XXI! Pues bien, ese reto hay que asumirlo. Con amplitud, con generosidad, con audacia, con las dimensiones experimentales que más convienen. Convocando a los mejores –no importa, inclusive, si están en contra de este proyecto, pues durante el trabajo se irán convenciendo– y con el uso abundante del método de los concursos, no hay que olvidarlo, que ése, a pesar de sus defectos, es un método altamente democrático. Cantidad, pues. Pero ahora ya ha llegado el momento de dedicarle el máximo de atención a la calidad.
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