Ultimas Noticias | Jueves 09 de Octubre de 2008 | |
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El tráfico y la tarjeta inteligente
En Venezuela la gasolina es regalada sin discriminación a pobres y ricos. Hay un subsidio gigantesco y el Estado, es decir los venezolanos, pierden inmensas cantidades de bolívares . Es un subsidio injusto y regresivo, ya que todo el mundo lo recibe por igual. El IVA es un impuesto injusto, regresivo, porque los más pobres pagan lo mismo que los más ricos. También el subsidio a la gasolina es regresivo e injusto. Se le regala lo mismo a los más ricos que a los más pobres. ¡Se da la situación extrema de que el país importa gasolina! La que se produce en el país es insuficiente para cubrir la demanda. En consecuencia, hay un abuso en el uso del automóvil. Hasta para ir a comprar el pan en la esquina se utiliza. Las familias tienen tres o más carros, según sus miembros. Millones de automóviles moviéndose enloquecidos innecesariamente. Si tuviera un costo proporcionado disminuiría el consumo alocado de lo que es casi gratis. De cuando en cuando se habla del aumento del precio de la gasolina, pero enseguida se abandona la idea porque se argumenta que el costo de la vida subiría a niveles insoportables. Pero no se ha planteado la subida del precio diferencial, según la capacidad económica del consumidor. Los carros pequeños y baratos, al alcance de los más pobres, pagan el mismo precio que los grandes sedanes y camionetas de muy alto precio y que sólo los ricos usan. Lo lógico y justo sería que éstos pagaran un precio mucho más alto por la gasolina. En la actualidad es facilísimo establecer un mecanismo sencillo y operativo. Cada cada carro tendría una tarjeta inteligente con el número de placa y otra característica, color o marca, por ejemplo, y el tipo de precio por litro de gasolina. En cada bomba habría un lector que, al pasar la tarjeta, calcularía el precio por litro para ese auto. Un carro pequeño pagaría, por ejemplo, BsF 0,10 el litro y uno de los grandes monstruos BsF 10 el litro. Se estudiaría una escala apropiada de tipos tomando en cuenta el tamaño, el peso, el rendimiento, el costo y otros factores pertinentes, y el tipo iría marcado en la tarjeta. El bombero estaría obligado a verificar sólo la placa y el color o marca del carro, pasa la tarjeta, ésta hace funcionar el servicio, el bombero cobra y ya. Sin la tarjeta no hay servicio. La información sería instantánea. Antes de pagar 15 o 50 BsF por un tanque de gasolina, la gente lo pensaría un poco para usar el carro. Hay un enorme beneficio adicional. Si los lectores de las bombas se conectaran con una base de datos, se detectaría sí el carro está registrado como robado o en cualquier otra condición delictiva, y el sistema avisará instantáneamente a la Unidad de Captura más cercana a la bomba. Se podrían así recuperar miles de carros robados. Con los medios informáticos actuales, el manejo de cinco o seis millones de tarjetas y unos miles de lectores en las bombas no es ningún problema. Claro que puede haber corrupción, pero las posibilidades son mínimas. Tal vez el bombero no verifique la placa y color o marca del carro y pase una tarjeta que no corresponde, lo que se podría controlar fácilmente con una supervisión humana e informática muy pequeña. Es inevitable que se inventen trampas, pero la magnitud sería insignificante en relación con los grandes beneficios: menos carros circulando, más recursos para mejorar la calidad de vida de todos los venezolanos, un golpe fuerte al robo de vehículos. Ahí está la idea. La torre CAF: ¡otro disparate!La parte sur de la plaza Altamira es un sitio relativamente central para la ciudad. De gran importancia estratégica y simbólica, debería estar destinado a un centro de actividades funcionales igualmente importantes y significativas. Sin duda el que la Corporación Andina de Fomento haya decidido convocar un concurso por invitaciones para escoger un proyecto de arquitectura para sus oficinas es encomiable. En un país como el nuestro, en el cual los concursos son extremadamente escasos y además padecen de mala fama –por cuanto es costumbre que los proyectos premiados no lleguen casi nunca a construirse–, cuando estamos en presencia de uno de ellos, obra importante en un sitio importante, ciertamente hay que alegrarse. Lamentablemente, en este caso el resultado es un disparate total. El proyecto ganador, en lugar de plantearse cómo realizar en un sector relevante de la ciudad un conjunto que reflejase soluciones novedosas en clave de perspectivas al futuro, de ahorro de energía, de respeto creador por el ambiente tropical, de clara comprensión de las claves del territorio y de sus horizontes físicos y económicos, de audaz interpretación de las condiciones sísmicas, de sugerencia y ejemplo formal y estética para toda la ciudad, lo que pretende construir allí es otro monumento a la indiferencia social, a la ignorancia ecológica, a la semántica burocrática. Una torre más, elegante tal vez en su formulación gráfica actual (y que cambiaría totalmente una vez sujeta a los requerimiento de la estática y del clima), pero que no agrega un ápice de valor a la colección de disparates que registra la construcción reciente en Caracas. Una vez más hay que insistir que así no se construye ciudad. Hay que recordarles a los arquitectos que hay que reflexionar profundamente sobre el carácter del lugar, especialmente cuando el tema tiene grandes repercusiones ejemplarizantes. Caracas, a pesar de Villanueva, Alckok o Fruto Vivas y de unos pocos más, no ha tenido mucha suerte en conseguir obras de neto contenido urbano capaces de establecer con sus habitantes una relación de auténtica simpatía, de crecimiento de vida colectiva, de alegría y de sentido de comunidad compartida. El gran hito de la ciudad, la referencia sentimental, sigue siendo (todavía, afortunadamente) la gran montaña protectora, el Ávila, que no es precisamente obra del hombre. Pero edificios, calles, plazas, que uno quiera y recuerde hasta con la nostalgia de una memoria demasiado complaciente, poquísimos ejemplos, demasiado pocos para que nos sintamos orgullosos de lo que hemos construido en este valle milagroso. El resultado de este concurso no puede anotarse en la lista de los posibles candidatos a mejorar la ciudad y la vida de sus habitantes. Lamentable. Otra ocasión perdida. Paradojas de la realidad, esta vez hay que desear que no se realice, que se mantenga la tradición de concursos sin conclusión y que los vericuetos de la economía y de la burocracia financiera guarden ese proyecto en las gavetas del olvido.
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