Ultimas Noticias | Jueves 30 de Octubre de 2008 | |
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La ciudad desconocidaPero también es interesante considerar cuáles son los temas preferidos, los puntos de referencia, los problemas que se quieren discutir. Porque con ello podemos reconocer fácilmente en qué mundo se mueven los observadores, desde qué balcón miran a la ciudad y sus problemas. La mitad de la población de Caracas, por tomar un ejemplo, vive en barrios. Otro porcentaje muy importante, casi toda la clase media, vive en el centro histórico o en los sectores del crecimiento aledaño -sobre todo hacia el sureste- que se produjo después de los 40 del siglo pasado, y el pequeño resto en urbanizaciones de podemos llamar de lujo. Dicho esto, es preciso que recordemos que estamos hablando de una distribución espacial y de una distribución de densidades (esto es, cantidad de personas, familias, actividades, y conflictos y oportunidades de todo tipo), que, como regla general caracterizan la calidad de vida diferenciada, segregada e injusta de todas nuestras ciudades. Hay quien vive muy bien (muy pocos), quien vive muy mal (la mayoría) y hay quien se las arregla para sobrevivir (una buena cantidad). Ahora bien, desde hace un tiempo, al calor del éxito de las iniciativas que se han planteado en unas cuantas ciudades en América Latina, Bogotá, Medellín, Curitiba, etc., se insiste para nuestras ciudades venezolanas en el método de las obras íconos que con su calidad aislada y cercada deben surtir efectos de mejoramiento en su entorno y por ende en toda la ciudad. Cuando examinamos las ubicaciones recomendadas, los sitios álgidos o especialmente destacados, las esquinas, los cruces, las plazas, las avenidas en las cuales deberían realizarse las obras reconstructivas y regeneradoras, nos damos cuenta de que allí opera un típico factor clasista. Nuestros colegas "comentaristas urbanos", pero también la mayoría de los arquitectos formados en lo que ahora llaman la "Academia", se preocupan de "su" ciudad, la parte que conocen, la que viven con carácter de aislamiento y cercanía. Viven y piensan con anteojeras y orejeras. Para ellos no existen zonas gigantescas, predominantes, de la ciudad, que malviven atropelladas por la ignorancia urbana y por la miseria de la economía y de los instintos, multiplicadas y heridas por la penuria del mercantilismo más banal y sórdido, rescatadas únicamente por algunos de los rasgos luminosos del ingenio de la pobrecía. La mayor parte de la ciudad, casi toda, donde vive la mayoría, es así. Reconozcámoslo francamente para nuestra vergüenza histórica. Nuestra sociedad ha sido incapaz de construir un ámbito urbano decente y hermoso. Provoca decir, ni siquiera para los ricos. Como un espejo, la ciudad refleja el carácter de las clases que han dominado (y siguen dominando) nuestra sociedad y el de las clases subalternas que las imitan, o el de las que se han resignado a la vida implacable a que han sido condenadas. Su ciudad comienza en la plaza Altamira y termina en Plaza Venezuela. Y para "esa" ciudad es que piensan y protestan y claman. Pero los arquitectos jóvenes que comienzan a trabajar en el caos urbano deben aprender a distinguir dónde están realmente las prioridades. No ciertamente, por ejemplo, en las soluciones malhadadas de la torre CAF. Los barrios como realidad urbana están perfectamente identificados. En la práctica, desde el comienzo de su existencia han sido estudiados, analizados, corregidos, intervenidos; han sido objeto de innumerables proposiciones y teorías. Son el campo de acción necesariamente privilegiado de la política y de programas de recuperación, intervención, remodelación, etc. Constituyen la prioridad número uno, sin duda ninguna. Pero la que parece ser invisible para todos, es esa otra parte de la ciudad que no es barrio ni urbanización de lujo. Una ciudad en sí, extensa geográficamente, en la cual vive muy mal un sector importante de los ciudadanos. Es San Martín, El Conde, Candelaria, El Valle, Catia, El Paraíso, y tantas, tantas otras zonas que han sufrido los embates de una modernización desbocada y mezquina. Y podríamos repetir el señalamiento para todas las demás ciudades del país. Cual más, cual menos, todas repiten, en sectores semejantes, el mismo patrón de abandono, desorden, fealdad, caos, y en lo esencial, de incapacidad de establecer relaciones de normal convivencia entre sus habitantes, que viven como enemigos acorralados por una peculiar indigencia de clase media. Una ciudad hostil, una ciudad que se aguanta como un castigo, una tribulación, y no como un soporte para el trabajo honrado o la tranquila felicidad del descanso y del ocio. Una ciudad sin transporte decente y universal, sin vegetación ni parques, sin aceras y acogotada por el calor y la basura. Sus refugios terminales e inevitables son los Sambiles. Esta de que estamos hablando es una parte de la ciudad perfectamente conocida por sus habitantes, que la sufren en su calvario diario. Sin embargo, parece que no es conocida como problema, como angustia, como ausencia de valor urbano. Es simplemente el reino de la disfuncionalidad y la fealdad. La ciudad desconocida. Es un lugar común aquello de que crisis es también sinónimo de oportunidad. Bueno, la crisis (doble) ya está aquí: la crisis económica y la de la energía. Dentro de la perspectiva política actual de posibilidad de emprender una organización social nueva y creadora, cabe preguntarse si no debemos también dedicarle suficiente atención a la ciudad en su tejido de clase media. La ciudad como un todo debe constituir una preocupación política de mediano y largo alcance. Si queremos enfrentarnos con audacia a la crisis es preciso otorgarle a toda la ciudad el tiempo y la atención política necesaria. Y no simplemente para intentar hacer de ella una ciudad capitalista medianamente aceptable, digamos por ejemplo como Estocolmo o Copenhague. No, lo que debemos plantearnos es el reto de inventar una enteramente nueva ciudad, tropical y justa, sustentable, compacta y segura, orientada a revolucionar todos los instrumentos y dispositivos públicos para alcanzar para todos los ideales de buena vida que todos nos merecemos.
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