¿Barcelona es un modelo?
Barcelona de España es una ciudad cuyas
autoridades, conjuntamente con las mal llamadas "fuerzas vivas", han logrado en
las últimas décadas erigirla en un modelo urbano digno de envidia universal.
Buen urbanismo renovador, buenos servicios públicos, modernidad a todo volumen,
rescate del frente marítimo y de las zonas decaídas, excelente nueva
arquitectura pública, admirable desarrollo de la infraestructura, protección
cuidadosa y puesta en valor del patrimonio; todo esto se ha confirmado en una
creciente intensidad de vida cultural y en una fuerte actividad de servicio y de
turismo internacional.
Aquí también, en Venezuela y en tantos otros
lugares, se señala a Barcelona como ejemplo a seguir. Aprender de Barcelona y de
sus autoridades iluminadas, de sus planes urbanos sensatos y cargados de dosis
de civilización progresista, es un reclamo que se escucha constantemente.
En verdad, Barcelona embelesa y encanta al visitante que viene del
infierno del subdesarrollo. ¿Qué más puede pedir uno? Seguridad casi absoluta,
limpieza total, servicios públicos altamente eficientes, crecimiento económico
paralelo al crecimiento de instituciones responsables, inversionistas
compitiendo por agregar valores a los ya abundantes de la ciudad; el panorama
barcelonés en lo urbano, en lo económico, en lo democrático y en lo político no
podría ser más atractivo.
Barcelona, modelo a seguir, pues.
Sin embargo, si uno se detiene a escuchar y a revisar lo que hay detrás de
tanta belleza, las cosas comienzan a presentar grietas, aparecen lunares
inesperados y a ponerse en duda la posibilidad de considerar en términos de
imitación y repetición el "modelo Barcelona". En primer lugar, no hay tal
modelo: el caso Barcelona es único e irrepetible. Es el resultado de una
historia que arranca de la arqueología, se asienta con las colonias romanas y
sigue, sigue por siglos y siglos hasta hoy, empastada con la sangre, sudor y
lágrimas de luchas encarnizadas, internas y externas, por lograr, como en efecto
sus habitantes han logrado, una de las ciudades más encantadoras, vivas y
atractivas del mundo.
En segundo lugar, el urbanismo barcelonés,
pretendidamente dedicado a la actualización de un "modelo denso, compacto y
dinámico", ya comienza a patinar. La exclusión de los menos favorecidos
económicamente es evidente, especialmente en los sectores como el famoso
"Distrito 22@", en los cuales se disfraza la entrega al capital especulador con
la opción del rescate urbano. La propiedad pública del suelo, en lugar de ser
dedicada a la infraestructura, es vendida a los inversionistas para que
florezcan los negocios dedicados a un turismo cada vez más masivo, invasivo y
agobiante. El rostro tremendamente atractivo de la ciudad, con su tradicional
parquedad catalana, sus tradiciones estéticas y gastronómicas, y su dignidad
viva y serena de pueblo trabajador, está siendo invadida y canjeada por un
espíritu crecientemente maiamero. En ello no poca responsabilidad les toca a los
arquitectos "estrellas", quienes intentan repetir mecánicamente el "efecto
Bilbao".
En tercer lugar, entre una realidad urbana como la de Barcelona
y la nuestra, pongamos por ejemplo la de Caracas, corren kilómetros de
diferencias abismales; el simple hecho de que la mitad de los caraqueños viven
en ranchos constituye una diferencia insalvable.
En síntesis, mientras
no resolvamos el problema de la pobreza y la exclusión, no tiene el menor
sentido hablar aquí del "modelo Barcelona" o de cualquier otro modelo del
llamado mundo desarrollado, así de simple y contundente. Y esto es bueno
recordárselo a nuestros urbanistas y arquitectos que están llamados en la
academia o en las instituciones a reflexionar y a actuar sobre nuestra realidad.
Una vez más, la imitación no sirve; lo que hace falta es inventar.
Es importante
que el Mopvi revise las actuales líneas de gestión en urbanismo y vivienda.
Que se analice los impactos, en los últimos siete años, de la construcción de
viviendas en la demanda de techo, en la economía, en el empleo, en desarrollo
urbano; que se estudie qué pasaría en esos campos si se impulsara un audaz y
masivo programa de urbanización de tierras, si se promoviera la
industrialización de la vivienda popular mediante pequeñas unidades productivas,
si se creara un sistema nacional de asistencia técnica y financiera para la
producción y construcción de viviendas.
Qué conveniente sería que se
estudiara el sector en profundidad y a corto plazo.
¿Será posible que se
rectifique y se explore otras opciones?
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Encomiable programa
de
rehabilitación urbana en los bloques de Lomas de Urdaneta en Catia por la
Alcaldía de Libertador. Desde 1999 se creó un programa del antiguo Conavi con
ese fin, pero se interrumpió o se realiza intermitentemente.
Hace falta
revisar esa experiencia. Desde sus inicios se ha sugerido que, al ejecutar esa
rehabilitación, se debe acompañar con tres acciones fundamentales: traspasar a
los residentes la propiedad de las áreas comunes (estacionamientos, parques,
locales, caminerías, áreas libres en general); en segundo lugar, ejecutar todas
las obras mayores y costosas (ascensores, por ejemplo) y tercero, apoyar la
organización vecinal para que asuma la administración y mantenimiento de sus
residencias. Era política, desde el Banco Obrero (BO), vender la vivienda y el
Estado conservaba la administración y cuido de las áreas comunes. Esto es
inoperante y costoso y es la comunidad que debe asumir esa responsabilidad. Es
necesario que el Estado se deslastre de funciones que deben y pueden asumir sus
propietarios. Y las comunidades deben identificarse con sus ámbitos
residenciales, cumpliendo así con la necesaria
corresponsabilidad. No más dádivas públicas ni más "papá Estado".
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Una piedrita en el zapato
La
sección Superbarrio, que dirige la periodista Olga M. Navas en este
matutino, expresa casi a diario la voz, las quejas, las necesidades, las
frustraciones y hasta las esperanzas y agradecimientos
de amplios sectores populares. Desde afuera vemos con preocupación la
insatisfacción de tantos requerimientos para gozar de un mínimo de calidad de
vida en muchos sectores de la ciudad. A pesar de los esfuerzos y recursos,
pareciera que nunca se cumplen unas metas aceptables en
cantidad de atendidos y en calidad de los servicios o programas públicos, y
Superbarrio lo "machaca". A los funcionarios burócratas les debe molestar
muchísimo. Sugerimos tomar muy en serio esa sección porque podría suministrar un
eficaz medio para evaluar la política pública y sus alcances cuantitativos y
cualitativos. Más que quejarse de ella, se
debería acompañar a Superbarrio en sus recorridos y compartir la dura realidad
de tantos y tantos sitios.
Así quizás sería más eficiente el complejo
proceso de aplicar programas, recibir y responder denuncias, revisar resultados,
rectificar, aclarar responsabilidades, fijar plazos, etc.
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