Henrique
Hernández Alejandro López Alfredo Roffé
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Pobreza: ¿eliminarla o esconderla?
Después de haber creado, directa o
indirectamente la pobreza, nuestras clases dominantes han procurado ocultarla o
más frecuentemente ignorarla. Con sus tráficos, manejos y manipulaciones
tradicionales de burguesía dependiente y periférica, con su cortedad de visión
que no ha ido más allá del enriquecimiento (sobre todo ilícito) inmediato, la
masa crítica de pobreza que han producido o que han dejado producirse justo
detrás de sus casas de ricos y nuevos ricos, nunca ha sido razón de reflexión y
rectificación. Aún en el caso de la "erradicación del rancho" de Pérez Jiménez,
la localización "redentora" se realiza siempre lejos de la vista de las clases
que mandan política y económicamente.
Es inevitable: una sociedad
capitalista, y más si es subdesarrollada y dependiente, difícilmente puede
producir, organizar y mantener una ciudad justa y de espíritu igualitario. Por
lo tanto, la pobreza a la periferia, a las colinas inaccesibles, donde no se
produzca roce ni contacto. Las quebradas de ranchos son un mal de naturaleza
topográfica. Para eso la fuga hacia el este, con la vista lejos de los problemas
y con el alma cerca de Miami.
Resulta especialmente interesante, lo
mencionábamos hace unas semanas, el caso de Barcelona de España y de las
críticas que se han hecho a su aspiración a ser "modelo" universal. Desde las
penurias de nuestra realidad, las circunstancias del urbanismo cívico de una
ciudad como Barcelona, se destacan y brillan como una utopía de orden, decencia,
seguridad y de planificación civilizadora. Sin embargo, sociólogos reconocidos,
agudamente críticos de la sociedad moderna y ampliamente conocedores de la
historia de la capital catalana, se han expresado de otra manera. Manuel
Delgado, por ejemplo, ha lanzado, en su libro "La ciudad mentirosa", acusaciones
sumamente graves.
Las clases dominantes, señala, "concibe la vida social
como un colosal proscenio, de y para el consenso, en que ciudadanos libres iguales acuerdan convivir amablemente cumpliendo un
conjunto de preceptos abstractos de buena conducta". Y consideran el espacio
público como un lugar "en que se desearía ver deslizarse una masa de seres
libres e iguales, guapos, limpios y felices, seres inmaculados que emplean ese
espacio para ir y venir de trabajar y consumir y que, en sus ratos libres,
pasean despreocupados por un paraíso de cortesía, como si fueran figurantes de
un spot publicitario".
Nada que ver con la realidad concreta en la cual
la lucha por la supervivencia traducida en explotación violenta e inmisericorde
es la trama angustiosa de la vida ciudadana. Nada que ver inclusive, con la
realidad de una ciudad aparentemente "redimida" por el progresismo, como
Barcelona. Delgado es incisivo: a pesar de las buenas intenciones siguen
apareciendo "los signos externos de una sociedad cuya materia prima es la
desigualdad y el fracaso".
Es por ello que rescatar la ciudad no puede
concretarse tan sólo en un trabajo de lograr espacios "aseados y bien peinados",
como ácidamente precisa Delgado. El problema es de fondo, porque la pobreza o
más bien, la injusticia- raíz, causa y efecto, es un monstruo profundamente
incrustado en la estructura de esta sociedad que estamos heredando y que
pretendemos cambiar. Y si ello es verdad en Barcelona, con mucha más razón lo es
en nuestras ciudades.
Y ésa, también en el fondo, es la diferencia entre
los intentos esporádicos de "rescate de la ciudad", excepcionales y efectistas,
característicos de las administraciones oposicionistas del este de la capital, y
por ejemplo, los programas en acción en la Alcaldía de Libertador, concebidos
orgánicamente dentro de los planes nacionales más amplios de combate a la raíz
de la pobreza y de la injusticia capitalista.
¿Qué pasa con Caracas?
La ciudad está desestructurada
política, económica y socialmente. Los que en ella vivimos lo sentimos todos los
días en muchos aspectos. Los que la administraron en el pasado lo reconocen; los
de ahora, también. Todos dicen que falta planificación y un organismo rector,
que es necesario coordinar a sus municipios, que hay que asignar funciones y
responsabilidades a sus diferentes ámbitos de gobierno, que hay que discernirla
y asumirla insertada en la región capital y central. En fin, pareciera
entenderse el problema y las posibles soluciones estratégicas.
¿Pero,
y entonces? ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿La nueva
ley del Distrito Capital será el instrumento eficiente y oportuno para hacerlo?
Hay que recordar que los instrumentos para los ámbitos urbanos son manejados por
los alcaldes en primer lugar. Dada la realidad política actual, ¿los cinco
burgomaestres capitalinos seguirán desconociéndose y descoordinados entre sí?
¿Continuarán unos oponiéndose per se a los otros? ¿Será una estrategia
deliberada fomentar la permanente polarización política para disimular la
incapacidad ante los asuntos urbanos locales? ¿Qué dicen los arquitectos,
ingenieros y urbanistas? Realmente, lo que a la larga importa es lo que hará el
pueblo, y él, por ahora, sigue construyendo, solo, según sus posibilidades y
esperanzas. Ésa es la Caracas que tendremos a menos que...?
¿CUANDO EL
DESTINO NOS ALCANCE?
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Sorprende el silencio de las nuevas autoridades de vivienda. Ni siquiera se conocen los que
asumirán esas funciones dentro del MPP para las Obras Públicas y Vivienda. Menos
aun, sus enfoques y estrategias.
Tampoco por qué se eliminó el
Ministerio de Vivienda y Hábitat. ¿Cuál es la revisión, rectificación y
reimpulso en el tema de las ciudades y de la vivienda? La discreción del inicio
de un nuevo período debería acompañarse de un enfoque audaz y revolucionario en
la planificación y desarrollo urbano y de la vivienda.
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Es impostergable, a corto plazo, anunciar el nuevo enfoque del desarrollo territorial, urbano
y de la vivienda. Precisar si la política es construir nuevas ciudades como
Camino de los indios, o más bien planificar y desarrollar las ciudades actuales
y sus sectores deprimidos, con bajas densidades y subutilizados. O ambas acciones, con prioridades diferentes.
Construir
viviendas cada vez más costosas, pocas, en relación con la demanda, en lugares
alejados de las fuentes de empleo y de los equipamientos urbanos; o en su lugar,
crear las condiciones urbanas, técnicas y económicas adecuadas para que la gente
construya sus viviendas con el apoyo público.
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Es el momento de precisar si seguimos con los enfoques convencionales, sin progreso efectivo,
o se cambian los paradigmas y se inicia una nueva concepción del problema. Es el
momento de aceptar que en todo el país, ante la impotencia, se continúan
invadiendo tierras y construyendo barrios, es decir, consolidando ciudades
desiguales. Es el momento de seguirse equivocando, o de inventar. Es el momento
de entender el problema sustantivo de la ciudad y de la vivienda. ¿Si no, cuándo
será el momento?
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