jueves, 4 de abril de 2013

AyB 183 - 07 Mayo 2009

Ultimas Noticias | Jueves 07 de Mayo de 2009


Henrique Hernández Alejandro López Alfredo Roffé
acerasybrocales@gmail.com

Una escuela rural


La llanura se extiende hasta donde da la vista, se borra en la calina y se confunde con el gris del chamizal. Aquí y allá un árbol se defiende del sol del mediodía con la resistencia que le otorgan millones de generaciones de entrenamiento hereditario. Los colores son pardos, grises quemados, manchas violetas en el borde de la carretera que se extiende recta, gris carbón ella también, percudida de huecos y comida en los bordes terrosos. Es el final del verano.

No hay escapatoria para este calor y esta luz que encandila.

Cada tantos kilómetros, una casa, una cerquita precaria, los restos de un carro, aquí vive gente. Sobrevive, pasa agachadita este ensayo de vida al límite de lo posible, así como el poco ganado que allá lejos hurga la tierra para encontrar algo que comer.

Y de repente, una escuelita.

Un milagro. ¿Qué maestra heroica vendrá a enseñar, una vez cada dos días, o tal vez una vez a la semana, a unos 15 niños morenos y
semidesnudos? ¡Una escuela en este desierto! La patria no parece olvidar.

Aquí está para las historias de los héroes, leer y escribir, unas matemáticas para cuentas elementales. Estos niños sin juguetes sabrán que existe un país más allá del horizonte y de las palabras de los adultos. Es un comienzo de acercamiento al país, una puerta al futuro, un esbozo de optimismo. Es una escuela.

Sin embargo, la escuelita se compone de dos cajones cerrados, techo de lámina, una puerta. Entre las dos construcciones, separándolas, la letrina; esta también, un bloquecito hermético. Alrededor, el mismo terral vacío que se pierde hasta el horizonte. Unos pedazos de cerca que en algún momento quisieron delimitar la nada. Las construcciones no tienen ni siquiera un mínimo alero para una sombra. Corredores, patios, penumbra y frescor de ventilación como cuando todavía se sabía cómo construir en el trópico, nada de nada. Un caney, tal vez una churuata, cualquier cosa sensata para que los niños (y la maestra) no se sientan como en un asador para pollos. Nada.

¿Cuántas escuelas como ésta, o similares, se han construido, se construyen y se construirán en todo el país? ¿Qué ha pasado? ¿Qué nos ha ocurrido? ¿De dónde salió esta condena? Alguien, sentado en los sillones de las butacas de la burocracia ­cualquier nivel de ella: local, municipal, ministerial­ ha decidido que este castigo criminal puede ser un lugar donde se imparte educación.

¡Pobre Simón Rodríguez! Una escuela, y más si es primaria, debe ser el primer contacto con el mundo, una fiesta para descubrir el sentido de la vida, el lugar de presentación de todas las posibles opciones de futuro que la sociedad le hace a un niño. Debe ser lo mejor que se puede construir, el mejor ambiente, la mejor arquitectura, el máximo símbolo de que somos una comunidad fuerte y solidaria. Al construir una escuela, es criminal escatimar los gastos indispensables.

Pero el asunto no es hacer escuelas de mármol y oro, porque si el caso fuera de que realmente no hay dinero (y ello está por demostrarse), pues hay inteligencia y una amplia experiencia de diseño. ¡Usémoslas! En África, por ejemplo, simplemente con barro y cañas, al abrigo de un árbol, se han hecho escuelas envidiables. ¿Será posible que nosotros ­consejos comunales, ministerios, arquitectos, ingenieros e institutos universitarios­ no seamos capaces de plantearnos producir un instrumento tan sensible y fundamental como una escuela de verdad, a la altura de las mejores escuelas del mundo? Si se comprobara que no somos capaces, entonces, además de ser una vergüenza nacional, es que no nos mereceríamos ni siquiera estar hablando de la lucha por un socialismo del siglo XXI.

Comunidades y competencias


Uno de los problemas más complicados de resolver en cualquier organización social es la distribución de las competencias, entendiendo como competencia la capacidad real de actuar sobre una realidad para transformarla, estructurarla, desordenarla, sustituirla, etc.

Capacidad real para tomar decisiones y lograr que éstas se cumplan, se ejecuten de verdad, verdad. En otras palabras, tener sabiduría, conciencia, creatividad y, sobre todo, poder.

La Constitución de 1999 establece las competencias exclusivas del poder público nacional, estadal y municipal. El artículo 184 establece los lineamientos "para que los estados y municipios descentralicen y transfieran a las comunidades y grupos vecinales organizados los servicios que estos gestionen". La Ley de los Consejos Comunales es el instrumento legal más importante aprobado hasta hoy para darle impulso de realización a los buenos deseos, a los ideales que hay que alcanzar, expresados en la Constitución.

En materia de vivienda y desarrollo urbano, la competencia del poder nacional es "... las políticas nacionales y la legislación en materia de... sanidad, vivienda... ambiente, aguas...
y ordenación del territorio".

Las del poder estadal son mínimas: "... la administración de las tierras baldías... y... la creación, régimen y organización de los servicios públicos estadales...", nunca definidos. En cambio, las del poder municipal son amplísimas: "Ordenación territorial y urbanística, patrimonio histórico, vivienda de interés social, parques... y otros sitios de recreación, arquitectura civil... ornato urbano... vialidad urbana... servicios de transporte público... saneamiento ambiental... aseo urbano... protección civil... servicios de agua potable, electricidad y gas doméstico; alcantarillado, canalización y disposición de aguas servidas; cementerios...". Las competencias nacionales no son transferibles y las estadales casi no existen. En consecuencia, son las municipales las que podrían transferirse a las comunidades, grupos vecinales organizados y consejos comunales.

Cuando eso suceda, tendremos una sociedad donde verdaderamente sus habitantes son participantes y protagonistas de la construcción de su propia realidad. Es evidente y se manifiesta diariamente que esta es la meta que se propone el gobierno revolucionario.

Las preguntas obvias son: ¿Se ha avanzado algo en ese proceso? ¿Hasta qué punto hay alguna transferencia de poder real, de competencia, a las comunidades organizadas, a los consejos comunales? La respuesta incontrovertible, dura, es que en vivienda y hábitat se ha avanzado muy poco. El poder en ese sector es ejercido por el poder nacional y cada vez de manera más centralizada. Si ni siquiera se ha avanzado en la transferencia al poder municipal, ¿cómo se va a lograr en la práctica traspasar las competencias en vivienda y hábitat a los consejos comunales? En teoría y en la práctica hay una distancia enorme entre el poder nacional y el poder comunitario. En teoría se habla mucho del poder comunal. En la práctica persiste a 100% la producción capitalista de vivienda y hábitat en una relación demasiado estrecha entre Gobierno y empresas privadas. No hay, no existe todavía presencia comunitaria alguna en el proceso. Aclaremos que hablamos del proceso formal, ya que, a pesar del Gobierno, informalmente el pueblo se resuelve su problema de vivienda y hábitat mediante la construcción masiva de barrios, a veces con buenas viviendas pero siempre carentes de servicios (vialidad, agua, etc.) y de equipamiento (escuelas, centros comunitarios, etc.). Cualquier esfuerzo de organización social perderá su potencialidad si no hay una transformación radical de la práctica. Es el gran reto que enfrenta el gobierno de la revolución.


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